sábado, 27 de febrero de 2016

-CORRUPCIONES-

Dice Donald Trump, candidato a candidato a la presidencia de EE. UU. de América del Norte, que sus votantes son aquellos capaces de votar a un asesino.
Y podrían decir, aquí, los líderes de Convergencia i Unió -disueltos y reaparecidos parte como parte de Junts pel sí, y, luego, como Democràcia i Llibertat, y la otra parte bajo su denominación original-, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar el secuestro de las instituciones para beneficio particular de algunas familias, y, especialmente, de una; aquellos capaces de votar a quienes se esfuerzan en reducir ciudadanos a etnotipos, mediación por medio, del chantaje emocional que supone la acusación, implícita o explícita, de carencia de patriotismo o de cosas peores.
Y podrían decir, también, los dirigentes del Euzko Alderdi Jeltzalea-Partido Nacionalista Vasco, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a quienes recogen las nueces, después de que otros sacudan, con cuidado de no romperlo, eso sí, el árbol.
Y podrían decir, los dirigentes del Partido Socialista Obrero Español, sección Andalucía, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar el uso de instituciones y subvenciones para la compra de votos.
Y podrían decir, dirigentes y representantes de Bildu y sus diversas manifestaciones, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a quienes justifican -o, en el mejor de los casos, condescienden con- el asesinato, la extorsión y el etnicismo.
Y podrían decir, igualmente, los dirigentes del Partido Popular, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a un partido que ha entrado a saco en las instituciones del Estado para llenar las arcas de sus dirigentes, mientras vendían, sin rubor alguno, patriotismo y el sacrificio de aquellos pocos de sus militantes que, en alguna parte del país, se jugaban la vida creyendo que estaban haciendo otra cosa.
Pues siempre, tras la corrupción de líderes, partidos e instituciones, está la corrupción de los ciudadanos, que, en un Estado democrático, constituyen siempre la fuente última de poder, y, por lo tanto, de corrupción.
Y no mitiga la responsabilidad ciudadana el «los demás también», sino que la acrecienta.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

miércoles, 17 de febrero de 2016

-POLISEMIAS-

De un término que incluye varios significados se dice que es polisémico; así, el de cultura, bajo cuyo manto sagrado -a decir de Bueno, secularización de la gracia-, se ocultan un sinfín de mezquindades, tal la pretensión del mundo de la cultura, o industria del ocio, de escapar a la reglas del mercado -pletórico, Bueno otra vez-, acaparando estipendios y reglamentaciones favorables, y tal la pretensión -nacionalista, con la condescendencia, a veces, y apoyo explícito, otras veces, de la izquierda reaccionaria- de reducir ciudadanos a etnotipos, presentadas, tales pretensiones, como justa contribución a la defensa de la identidad cultural de los pueblos, otro significante sacralizado, y hurtado, así, a la mirada crítica del ciudadano.
Pero la exigencia ciudadana, cambiamos de sema, de cultura, esto es, de formación, de educación en la autonomía racional, ligada al conocimiento y desalienamiento -o, dicho de otro modo, a la autoposesión negadora de toda servidumbre, también llamada, por Kant, dignidad-, entra en contradicción con tales pretensiones.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

miércoles, 3 de febrero de 2016

-FILOSOFÍA Y CIUDADANÍA-

La filosofía hace su aparición en el siglo VI a. C. Y hace su aparición en forma de un saber que se envuelve, todavía, bajo el ropaje del pensamiento mítico, bajo el ropaje de la revelación. Así, en su Poema, Parménides nos trasmite las palabras de la diosa que nos invitan a seguir el camino de la verdad, es decir, del desvelamiento, del descubrimiento, que nos conduce a lo eterno e inmutable, a lo que siempre es, al ser, de un modo semejante a como, en el oráculo de Delfos, la Pitonisa vocea, como altavoz privilegiado, las palabras del dios, que nos desvelan, que nos descubren, el Destino, naturalmente velado, naturalmente cubierto.
Siglo y medio más tarde, la filosofía se había instalado en la plaza pública, especialmente en la plaza pública ateniense, bajo un manto ya totalmente laico, y aun laicista, coincidiendo, ¿mera coincidencia?, en el tiempo, con la ocupación del ágora por el ciudadano, convertido en sujeto político.
Se difumina Grecia y la filosofía inicia su particular viaje al Hades, sobreviviendo como una sombra en las escuelas primero, y como sierva de la teología después.
Pero, como Orfeo, regresa paulatinamente al mundo de los vivos. Ockham, sin querer, Bacon, Suárez, Descartes y otros, no sabemos si queriendo, rompen las ataduras teológicas. Y los humanos merecieron, de nuevo, la autonomía racional, en precisa expresión kantiana. Y, otra vez, el sujeto político se hizo ciudadano, individuo racionalmente autónomo, capaz, por ello, de gobernarse a sí mismo, y de dirigirse, por sí mismo, a otros ciudadanos.
Y cabe preguntarse si hay aquí conexión necesaria o simple casualidad.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016