-ESTE MARX-
En La filosofía de El capital, Felipe
Martínez Marzoa presenta una posible lectura de Marx, centrada en el Marx de la
crítica de la economía política, el Marx que somete a un despiadado análisis la
sociedad moderna, también denominada «sociedad burguesa» o «modo de producción
capitalista».
Esta lectura nos
muestra un Marx enterrado en la historia, o sea, en la misma sociedad que
analiza, y que habla desde las categorías filosóficas, políticas, jurídicas y
económicas generadas por esa misma sociedad burguesa. Otra cosa, el intento de
hablar desde una perspectiva suprahistórica, acaso desde la perspectiva de la naturaleza
humana, solo podría ser ideología (pues lo que sea naturaleza humana es,
también, una determinación histórica, disfrazada bajo el manto de lo eterno, de
lo no libre).
Y habla, ese
Marx, desde dentro de la sociedad moderna para mostrar cómo esta incumple
aquello que promete: igualdad, libertad, ciencia; en definitiva, república
democrática.
Pues, bajo el
modo capitalista de producción, igualdad significa igual disposición para la
enajenación de mercancías, y libertad significa libre intercambio de mercancías
en el mercado. Pero las mercancías aparecen apropiadas por la burguesía, dejando,
como única posibilidad, al trabajador, la enajenación de su propio trabajo -convertido,
también, en mercancía-, objetivándose periódicamente, a sí mismo, en una
negación rutinaria de su propio ser libre.
Y, bajo el
sistema capitalista de producción, la ciencia deviene ausencia de planificación
económica consciente (quedando esta en manos de los conflictos de intereses y
las crisis periódicas).
Y, en definitiva,
bajo el modo capitalista de producción, la república democrática deviene
sistema de garantías para la forma burguesa de propiedad.
Pero solo existe
incumplimiento de lo prometido porque hay promesa, generada por el sistema,
interna al sistema; solo existe posibilidad de crítica al sistema con las
categorías generadas por el propio sistema. Es, por lo tanto, y en cualquier
caso, el sistema -es decir, la sociedad moderna, el modo capitalista de
producción-, el que genera las condiciones para su propia superación, que no es
su destrucción, sino su cumplimiento.
Este Marx abre
interesantes perspectivas; abre, especialmente, la posibilidad de volver a
debatir con el marxismo, del que el socialismo soviético, el maoísmo, y otros
intérpretes ya caídos, habían hecho una lectura totalitaria, aquella que
clausura el pensamiento, reducido a un acto de fe, que es siempre sumisión. Es,
con este Marx, con el que, todavía hoy, se puede dialogar, con el que,
posiblemente hoy más que nunca, se pueda dialogar.
Pero la izquierda
reaccionaria, aun la que se dice marxista, se ha propuesto combatir la sociedad
moderna, la república democrática (que acaso tenga la forma de república
coronada), el modo capitalista de producción, para reinstaurar una caricatura
del capitalismo, un capitalismo sin garantías -en el que la algarada puntual y
acaudillada se convierte en sucedáneo de democracia, y el poder político no
representativo y, por ello, carente de responsabilidad personal, pueda
intervenir arbitrariamente en los mecanismos de la justicia y de la
producción-, como si ello acercase lo más mínimo a aquel orden social que, bajo
el nombre de socialismo, habría de unir ciencia y democracia, es decir,
ciencia, libertad e igualdad. Y para este combate no duda en acompañarse de
toda excrecencia reaccionaria, así la apología de aquellas identidades étnicas,
hechas de costumbre y superstición, reducidas ya, por esta misma sociedad
moderna, a mero folclore.
A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2017