-GAUCHE BANAL-
Ciertamente se
pudo, entonces, instaurar una república. Pero las élites dirigentes de aquella
izquierda -quizá porque para unos, en tanto comunistas, rama socialismo
soviético, toda democracia burguesa es igualmente despreciable, quizá porque para
otros, en tanto socialdemócratas acomodados, siempre es mejor un pacto mediocre
que una batalla incierta, quizás porque nadie, en aquella clase media
tardofranquista, estaba dispuesto a arriesgar el estatus por una mera cuestión de
nombres, quizá por otras causas, externas al país o internas-, decidieron
mantener la monarquía bajo la forma parlamentaria; que no deja, después de
todo, de ser una forma republicana, una, Jorge de Esteban, república coronada (pues
lo republicano no está en quién sea y cómo se elija al Jefe de Estado, sino en
quién sea y cómo sea el pueblo).
Pero en esta
modernidad tardía, posmodernidad al decir de otros, en la que los viejos se
disfrazan de adolescentes, y juegan a la revolución, con el plan de pensiones
garantizado, y los jóvenes a una versión virtual y sin sangre de Juego de Tronos, todo es ya símbolo, y
guerra incruenta de símbolos. Mientras, las auténticas decisiones se toman en
otra parte, en otra parte están las emociones verdaderas, y en otra parte se
construye el futuro. Y es que el pensamiento exige sacrificio, y no da
garantías, la vida se hace larga, y en algo hay que entretener la espera.
(Y, para decirlo
todo, ciertamente, haber instaurado, entonces, una república, hubiera supuesto
un cambio: la izquierda habría tenido menos problemas para asumir la identidad
española. Eso es todo. Una guerra simbólica perdida por los unionistas).
A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2017
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