-HISTORIA-
La petición del
presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dirigida a Felipe VI, Jefe
del Estado español, y al papa Francisco, cabeza de la Iglesia católica,
instándoles a «hacer un relatorio de lo sucedido» en la conquista de «México»,
y a pedir disculpas a los «pueblos originarios» por los abusos cometidos durante
la mencionada conquista, ha suscitado las paulovianas respuestas del mundo
político y periodístico español que cabía esperar (tales, cuales, la del señor
Pérez Reverte, ¡vaya!, insultando al presidente mexicano, las de representantes
señalados de las «derechas», esa vieja y, al parecer, inevitable clasificación,
aprovechando para vender su habitual patriotismo folclórico, o la de voces
eminentes de Podemos, el obligado enemigo interior, siempre dispuestos a
compartir cualesquiera potenciales críticas a España).
Con todo,
convendría recordar, en esta época de pensamiento tuitero y coces 2.0., que:
(1) La Conquista
no fue un juego simple de bandos moral y étnicamente definidos. En la conquista
de Tenochtitlán, y del conjunto del Imperio azteca -que no de México porque
México nació de la fragmentación de la Monarquía Hispánica-, participó Cortés
con sus soldados españoles; pero participaron, también, totonacas, tlaxcaltecas
y otros pueblos mesoamericanos (sometidos hasta entonces, con violencia, como
todo sometimiento, a los aztecas).
(2) La Monarquía
Hispánica buscó siempre, y en eso reside su peculiaridad histórica, una
legitimación moral para la Conquista (en una moral que, en aquel momento y
contexto, no podía más que ser católica, en todo su sentido, religiosa y
universal), y, por ello, asumió, desde el primer momento, culpas y
responsabilidades del único modo efectivo, y no retórico, que podía hacerlo:
dando voz a los críticos (Bartolomé de las Casas no fue un perseguido, sino el
permanente invitado de los poderes e instituciones imperiales), tratando de corregir
errores y crímenes conforme se iban denunciando, legislando.
(3) No se pueden
juzgar los fenómenos saltando por encima de la historia, pues: s(a) El presente
es lo que es debido, también, a los «errores» del pasado. (Suprimir ese pasado
significaría, entre otras cosas, suprimir a los críticos de ese pasado; no dice
la verdad el jeremíaco, «los españoles "nos" conquistaron», sino el, históricamente
más correcto, «los españoles "nos" hicieron»). (b) Adoptar tal actitud
por principio nos convertiría en inevitables condenados futuros. (Pues siempre
cabe la posibilidad de que decisiones que, ahora mismo, constituyen norma legal
y moral, sean, moral y legalmente, condenables bajo otros proyectos vitales. No
es descartable, por ejemplo, que el triunfo universal de una moral vegana y
animalista sancione, como genocidas, la habitual, para nosotros, cría y muerte
de animales para consumo humano).
(4) En aras de
las honestidad intelectual el relatorio no podría tener límites determinados
previamente por los intereses del actual poder criollo mexicano (siempre
predispuesto a aprovecharse del sufrimiento ajeno, real o políticamente
recreado, para su propia legitimación) circunscribiéndose a la intervención
concreta de los españoles en la conquista; debería, por lo tanto, extenderse
hacia el pasado (la conquista azteca de Valle de México y el sometimiento de
esos pueblos tan determinantes en su caía final), y hacia el futuro (el trato
dado por el México independiente a los «pueblos originarios», relativamente
acomodados, para entonces, al entorno legal de la Monarquía Hispánica).
Dicho esto,
tampoco sería una mala idea, desde el punto de vista de la pura estrategia
política, y pensando en un mundo en el que las alianzas globales van a ser
determinantes en el papel que puedan jugar los diversos países (Cortés,
tratando de ganarse a Moctezuma para su proyecto de conquistar China -si es
cierto que en su cabeza bullía esta estrategia-, brilla, todavía hoy, frente al
pensamiento tópico y unidireccional de nuestra dirigencia), tomar la petición
del Sr. López Obrador como una invitación a la reflexión conjunta, en la que puedan
ponerse sobre la mesa hechos, interpretaciones, intereses, proyectos de futuro,
etc., como paso para una necesaria catarsis que acaso pudiese llevar a los
españoles a reconciliarse con su propia historia (que también es historia de
México), y a los mexicanos a reconciliarse con la suya (que también es
española), y así, crear las condiciones psicológicas necesarias para facilitar
tales futuras alianzas.
A. Bugarín
Valladolid, marzo-2019
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