jueves, 5 de mayo de 2016

-EL CUERPO Y SU YO-

Oído: «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», «¡mi cuerpo es mío!». ¿Apología del individualismo y el derecho de propiedad? ¿Éxtasis liberal en su doble sentido: derechos ciudadanos y economía de mercado?
Pero, ¿qué o quién es el yo propietario? ¿quién o qué la propiedad? Pues aun el liberal concibe un sujeto que, no agotándose en su ser colectivo, tiene, sin embargo, una proyección, no muy lejana al marxiano ser genérico, en los otros. Si el liberal reniega, frecuentemente, de lo social, no lo hace, sin embargo, de lo interindividual. Su tríada capitolina incluye, junto a la libertad -del individuo-, la igualdad -ante la ley-, y la fraternidad -para con los otros-. ¿Pues acaso mi anulación como sujeto, y mi anulación suprema, mi muerte -permítasenos obviar la posible precipitación de este enunciado, pues acaso haya formas de anulación más terminantes que la muerte-, no supone una escisión, vivida como dolor, en quienes me sienten como cosa propia?
Retomemos la pregunta: ¿qué o quién es el yo propietario? ¿Y si el yo no fuese el propietario sino la propiedad? Pues todo apunta -un todo que incluye aportaciones de la neurología, la psicología y la filosofía de la mente- a que, eso que denominamos yo, no es sino un tomar conciencia el cuerpo -un cuerpo que siente y piensa, o siente pensando, o piensa sintiendo- de sí mismo, de sus propios estados, de sus propias decisiones.
Un cuerpo que se constituye -como la partícula sumergida que encuentra su ruta de choque en choque-, en sujeto ante otros sujetos; y, con el nacimiento de la filosofía -esa escisión en el cuerpo colectivo que el mito alumbra-, en sujeto racionalmente autónomo. Y es ese sujeto racionalmente autónomo, redescubierto y extendido en la modernidad, el que configura el moderno Estado de derecho -donde derecho significa la protección legal de ese individuo racionalmente autónomo, pues otra cosa sería redundancia-, y el que da fundamento a la idea misma de dignidad, base de toda la ética contemporánea.
Y es entonces cuando adquiere sentido gritar: «¡mi cuerpo es mío!», «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», como expresión, metáfora, o reivindicación, de esa autonomía racional; que, no obstante, no libera al individuo de su responsabilidad ante los otros, para con los otros; no es fundamento de autodeterminación, posible solo para la sustancia infinita, sino de codeterminación.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

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