-SPAMGLISH-
Dice Sánchez
Ferlosio en El castellano y la
Constitución -y si lo dice él merece ser tenido en cuenta porque: 1) su
obsesión con la sintaxis le ha convertido, y le había convertido ya cuando
escribió esa sentencia, en, quizá, uno de los mayores especialistas en tal
materia, y, 2) se ha manifestado en numerosas ocasiones contra toda forma de
patriotismo y nacionalismo, especialmente contra el español-, que «el
castellano es probablemente el más complejo y refinado sistema gramatical de
entre las restantes lenguas de Occidente, el más capaz de diversificar y
graduar direcciones de sentido y de disminuir las posibilidades de equívoco».
Pero se ha
convertido en un síntoma de modernidad, o algo así, de un tiempo a esta parte, cantar
canciones cuyos versos dicen cosas tales como «Black X6, Phantom, White X6
looks like a Panda», lucir camisetas con mensajes del tipo «I fell happines
when I eat a potato», introducir un «running», «coaching», «merchandising»,
«mindfulness», «personal trainer», «after work» o similares, en medio de una
frase castellana, y en general echar mano, aunque no venga a cuento, de ese
inglés básico internacional, que convierte las palabras en iconos publicitarios
y las ideas en esquemas estandarizados de pensamiento.
Y la cosa llega
al extremo de que últimamente no es raro encontrar que las paredes y puertas de
nuestros bares aparecen adornadas con aforismos, mensajes, consejos, letanías
varías, en inglés, como si con ello, ese espacio donde se bebe o tapea,
agradable excusa para la interacción social, adquiriese, por ese hecho, otra
dimensión, nos elevase, desde alguna vergonzosa situación, al nivel de
ciudadanos de la era global.
Pero no
debiéramos olvidar que los amos de la lengua, que son los hablantes nativos,
tienen siempre una ventaja adicional sobre aquellos que se ven obligados a
emplearla en usufructo. De modo que, si esta renuncia a lo propio, y esta
opción por lo ajeno, es, además, voluntaria, cabe preguntarse por qué los
hablantes de una lengua, con tal capacidad expresiva, y con quinientos millones
de posibles receptores, han optado por semejante renuncia -vaya por delante que
no descartamos que el suicido acaso debiera figurar entre los derechos básicos
de todo individuo o institución-.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2017
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