-TRAGEDIA
Y FARSA-
Tras los movimientos
populistas vinculados a la «izquierda», tales el neofeminismo de ¿cuarta?
generación y el «antirracismo» identitario, ese que atribuye debes y haberes en
función de la «raza» de adscripción, la «derecha» cree ver el proyecto marxista
desarrollado por otros medios. Pero marxismo es, y pese a quien pese, el
producto final de la Ilustración; el intento, quizá errado, quizá fracasado, de
llevar aquel proyecto -esto es, el proyecto republicano, la existencia de
ciudadanos-, a su plenitud. Esa apología de las víctimas en la que estas
reciben en herencia tan honrosa condición, y la culpabilización colectiva
igualmente heredada, tienen -si se nos permite aventurar una hipótesis cuya
capacidad explicativa habrá que probar- otro origen menos moderno, relacionado
con la psicología del poder y la sumisión.
Decía Nietzsche, que el cristianismo triunfa merced a
un ejercicio de astucia desarrollado por aquellos híbridos de aristócrata y
esclavo incapaces de toda acción afirmativa: los sacerdotes. Estos, exacerbando
el resentimiento latente en ciertos grupos de población -motivado, en unos
casos, por sus propias condiciones sociales de vida, o, en otros, que no tenían
tales objetivas motivaciones, por la simple incapacidad de asumir asertivamente
la existencia-, consiguen invertir los antiguos valores y hacerse con el poder,
en el que se mantendrán cargando las conciencias de los sometidos con una culpa
cuya remisión se desplaza sine die,
al final de los tiempos (el original pecado de la tradición judaica).
Y como la historia, dicen, se repite dos veces, vemos
a los nuevos sacerdotes en la era del capitalismo digital (que, como el Imperio
romano con el latín y las calzadas, ha creado los instrumentos para la
expansión global de la nueva religión) invitando a aquellos colectivos sobre
los que pretenden cimentar su poder a apropiarse de un dolor que ahora no puede
ser real, un dolor fingido, un dolor ajeno, al mismo tiempo que sostienen en la
culpa heredada al necesario enemigo.
Cabe, no obstante, una pregunta y una reflexión: ¿Se
trata de otro entretenimiento pasajero con el que el «sistema» disimula, para
las masas incapaces de soportarlo, el sinsentido, o nos veremos abocados a un
simulacro medieval, con una nueva clerecía decidiendo qué puede y qué no puede
decirse, qué puede incluso, y qué no, pensarse, y con los ciudadanos reducidos
a etnotipos y valorados por su adscripción colectiva?).
(Mientras, para que el icónico mensaje no deje de lado
ninguno de sus recursos emocionales, caen estatuas, con predilección por las
que tienen un origen hispano, ¡vaya! ¿Caerán también las de Voltaire, Hume,
Darwin, Fleming, Pasteur, Newton, Marx?).
A. Bugarín
Valladolid,
junio-2020
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