-METARRELATOS-
El sueño de la
filosofía fue una vez la narración absoluta, es decir, la escritura hecha a sí
misma, que, desde un fundamento autofundante, llámese Dios, llámese necesidad,
llámese la Idea que aun no se sabe, que aún no se conoce, fluye como agua
encauzada hacia el mar inevitable, llámese de nuevo Dios, llámese la Idea que
se ha hecho para sí, que es consciente de sí, que se ha reintegrado en sí bajo
la forma de la autoposesión, esto es, la filosofía fue el sueño de Hegel, que,
como todo sueño, reescribió el azar para poder entenderlo, para poder
incorporarlo, reintegrando las sensaciones bajo el poder de la propia
autoidentidad.
Pero, desde entonces
-desde la mecánica cuántica, desde la ética de la situación, desde las
matemáticas del caos, desde el falsacionismo, esto es, desde Cusa, desde la
docta ignorancia, que significa que no conocemos el principio del cuento, que
no conocemos el final, que acaso no hay principio ni final, y que, sobre la
marcha, vamos elaborando la narración, sin que eso signifique que toda
narración sea aceptable, pues toda escritura tiene su propia lógica, su propia
ética y su propia estética-, todo conspira contra ese absoluto, contra esa
narración acabada.
Y aquel intento, y
el fracaso de aquel intento, también significan, aunque no lo parezca, ser
ciudadano, por si fuera necesario justificar la inclusión, aquí, en este blog
de literatura política, de esta digresión.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016
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