-ENCUBRIMIENTOS-
Se ha convertido, desde hace ya tiempo, en un recurso crítico de muchos intelectuales
latinoamericanos, la apelación al «encubrimiento» de lo «indio», lo «aborigen»,
lo «originario», lo «otro», producido, supuestamente, por la «conquista», la «invasión»,
el «encontronazo», el «choque», o cómo queramos denominarle, que siguieron a la
arribada de los españoles a eso que, después, fue América, como explicación de todos
los males que aquejan a los «pueblos» que configuran las naciones en las que
ejercen su crítica.
(Otros, más banales, se limitan, en un ejercicio de sabiduría infantil, a
negar el descubrimiento con el argumento de que allí ya había gentes antes de
la mencionada «arribada», ignorando que un descubrimiento geográfico no es un
mero llegar, sino que presupone una geografía, y por ello un cierto grado de
desarrollo técnico y científico).
Pero encubrimiento implica existencia de una realidad que se oculta, que se
cubre, y, dado que, desde hace al menos medio siglo, la literatura sobre tal
encubrimiento no cesa, no acertamos a entender, suponiendo que no se trate de
alguna hermenéutica heideggeriana, cómo pueda estar cubierto o encubierto
aquello de lo que no deja de hablarse, salvo que se quiera decir, que, tras la
«conquista», «invasión», «encontronazo», «choque», etc., un mundo dejó de
existir, para ser sustituido por otro, cosa que es fácilmente constatable sin
necesidad de ejercicio extraordinario alguno de análisis, y que está detrás de
la existencia misma de los mencionados «intelectuales» y de los países y
sociedades en que ejercen su «crítica».
Pero no hay, entonces, encubrimiento, sino construcción de algo nuevo a
partir de materiales previos, la liquidación de un proyecto, si queremos
llamarle así, o de múltiples proyectos, que quedan reabsorbidos y reorientados
en el proyecto imperial hispánico, o universal católico, el cual, en este
proceso, también se reorienta y transforma dando origen a algo que hubiera sido
impensable unas décadas antes del proceso en cuestión; sin que esto niegue,
claro, que en ese «choque» la reorientación no afectó a todos los proyectos
previos de la misma manera, con la misma intensidad, al igual que en el choque
de dos cuerpos sus trayectorias son modificadas pero en un grado mayor la del
cuerpo cuya masa o velocidad previa era menor; y sin negar tampoco, claro es,
que todo choque, conquista, invasión, etc., es un ejercicio de violencia, con
el consiguiente grado de sufrimiento cuando los sujetos de este proceso son
seres sentientes, conscientes y racionales.
Y, sin embargo, sí hay encubrimiento, el del imperio español, de la
Monarquía Hispánica, de los virreinatos americanos, que, en tres o cuatro siglos
de existencia según los casos (tiempo datado de existencia mayor que el de casi
todos los pueblos precedentes) modelaron un continente; siendo tan largo y
productivo, en todos los órdenes, periodo histórico, escondido por las élites
de los movimientos secesionistas o independentistas, que buscaban, con ello,
legitimar su poder apropiándose del sufrimiento real o representado de otros,
los «aborígenes» americanos, los pueblos «originarios», mientras mantenían a
estos otros, ahora sí, excluidos -exclusión que llegó a ser, en algunos casos,
exterminio planificado- de toda participación en los nuevos proyectos
republicanos, y en la que, en gran medida, sus descendientes permanecen.
Pero, si los citados desencubridores, buscan negar legitimidad al proyecto
imperial hispánico, al proyecto universal católico (valga la redundancia),
virreinal, para instaurar en su lugar la de aquellos proyectos previos
encubiertos, no vemos cómo tal contrafáctica propuesta podría realizarse, a no
ser como puro ejercicio literario, o como culpable autonegación, de la que no
hay que descartar su posible incidencia en tanto actual fracaso, esas venas
abiertas que delatan al suicida.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2020
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