domingo, 28 de junio de 2020

-TRAGEDIA Y FARSA-
Tras los movimientos populistas vinculados a la «izquierda», tales el neofeminismo de ¿cuarta? generación y el «antirracismo» identitario, ese que atribuye debes y haberes en función de la «raza» de adscripción, la «derecha» cree ver el proyecto marxista desarrollado por otros medios. Pero marxismo es, y pese a quien pese, el producto final de la Ilustración; el intento, quizá errado, quizá fracasado, de llevar aquel proyecto -esto es, el proyecto republicano, la existencia de ciudadanos-, a su plenitud. Esa apología de las víctimas en la que estas reciben en herencia tan honrosa condición, y la culpabilización colectiva igualmente heredada, tienen -si se nos permite aventurar una hipótesis cuya capacidad explicativa habrá que probar- otro origen menos moderno, relacionado con la psicología del poder y la sumisión.
Decía Nietzsche, que el cristianismo triunfa merced a un ejercicio de astucia desarrollado por aquellos híbridos de aristócrata y esclavo incapaces de toda acción afirmativa: los sacerdotes. Estos, exacerbando el resentimiento latente en ciertos grupos de población -motivado, en unos casos, por sus propias condiciones sociales de vida, o, en otros, que no tenían tales objetivas motivaciones, por la simple incapacidad de asumir asertivamente la existencia-, consiguen invertir los antiguos valores y hacerse con el poder, en el que se mantendrán cargando las conciencias de los sometidos con una culpa cuya remisión se desplaza sine die, al final de los tiempos (el original pecado de la tradición judaica).
Y como la historia, dicen, se repite dos veces, vemos a los nuevos sacerdotes en la era del capitalismo digital (que, como el Imperio romano con el latín y las calzadas, ha creado los instrumentos para la expansión global de la nueva religión) invitando a aquellos colectivos sobre los que pretenden cimentar su poder a apropiarse de un dolor que ahora no puede ser real, un dolor fingido, un dolor ajeno, al mismo tiempo que sostienen en la culpa heredada al necesario enemigo.
Cabe, no obstante, una pregunta y una reflexión: ¿Se trata de otro entretenimiento pasajero con el que el «sistema» disimula, para las masas incapaces de soportarlo, el sinsentido, o nos veremos abocados a un simulacro medieval, con una nueva clerecía decidiendo qué puede y qué no puede decirse, qué puede incluso, y qué no, pensarse, y con los ciudadanos reducidos a etnotipos y valorados por su adscripción colectiva?).
(Mientras, para que el icónico mensaje no deje de lado ninguno de sus recursos emocionales, caen estatuas, con predilección por las que tienen un origen hispano, ¡vaya! ¿Caerán también las de Voltaire, Hume, Darwin, Fleming, Pasteur, Newton, Marx?).
A. Bugarín
Valladolid, junio-2020