viernes, 30 de diciembre de 2016

-FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN-

La filosofía no es un conjunto de recetas simples para solventar problemas complejos.
Ni un conjunto de procedimientos de adiestramiento con el objetivo de hacer alumnos críticos, sea eso lo que sea.
La filosofía no desaparece porque estorbe al poder. Con frecuencia la filosofía ha sido un extraordinario modo de legitimación del poder.
La filosofía no es un catecismo laico para militantes de oenegés.
La filosofía es el puro y simple ejercicio del pensamiento, sin fin, sin objetivo, sin control de producción. (Pues, si el fin estuviese dado, decidir los medios sería un mero proceso lógico-mecánico.)
Y en este ejercicio no puede olvidar lo ya pensado. Recogido en un canon de textos elaborados en los últimos veinticinco siglos por los que algunos denominan, ahora, cadáveres filosóficos.
Que la filosofía no tenga un fin, un objetivo, tampoco quiere decir que su ejercicio no tenga consecuencias, que serán las que tengan que ser.
Lo que cabe preguntarse es si la filosofía tiene cabida en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Pero acaso es ahí donde más cabida tiene, ahí donde emerge el distanciamiento.
Cuando un niño descubre que morirá.
Cuando un adolescente descubre que la vida no tiene sentido. No lo tiene, y eso es lo humano.
Cuando descubre que si los problemas inmediatos, y no tan inmediatos, estuvieran solucionados entonces seguiría intacto el problema.
El simple problema de ser (ni me atrevo a decir: de ser hombre).
A. Bugarín
Valladolid, noviembre-2016

jueves, 17 de noviembre de 2016

-HUMOR PARDO-

Cuando uno se ríe de la víctima de un trato de suma crueldad, a consecuencia del cual, por ejemplo, la dejan inválida de por vida en plena infancia, cuando uno hace un chiste a costa de las víctimas de un genocidio, en el que los muertos se cuentan por millones, cuando además, y esta es la clave, las víctimas deslegitiman con su existencia alguno de nuestros posicionamientos políticos, podemos sospechar algo más que humor, algo más que humor negro, incluso, detrás de la humorada, podemos sospechar el intento de deshumanización del rival, del enemigo, de romper la tendencia natural a la empatía con el agredido, con la causa del agredido, para que, en ningún caso, la crueldad manifiesta pueda ser argüida como objeción a nuestro propio posicionamiento.
A. Bugarín
Noviembre, 2016

viernes, 16 de septiembre de 2016

-MÁS TRINOS Y AFORISMOS-


&1
Educa la tribu, pero se educa, sobre todo, contra la tribu.

&2
Cuando el pensamiento echa a andar ya no puede abandonar el desierto.

&3
La realidad es proceso. Luego, todo medio es también fin, todo fin es también medio.

&4
Dioses que cargan con las penas, dioses que cargan con las culpas, ¿qué dioses amaron más a los hombres? Una cuestión nietzscheana.

&5
Lo inesperado acontece; pero la mutación es, casi siempre, deformación.

&6
La transición española quiso ser olvido y un nuevo comienzo. Pero acaso estemos condenados a la historia.

&7
Como el cincel sobre el mármol, el olvido.

&8
Si Dios no existe el círculo cuadrado sigue sin estar permitido.

&9
Se ha dicho: la verdad es fascista. Se ha dicho: la belleza es fascista. Resultado: Donald Trump.

&10
Devenir el pueblo plebe: populismo.

&11
Si Dios existe, todo gobierno es teocracia.

&12
La imposibilidad del círculo cuadrado ¿prueba que Dios existe?

&13
Lo público, espacio natural del ciudadano. Lo colectivo, espacio natural del etnotipo.

&14
Democracia sin liberalismo, totalitarismo.

&15
¿No es, el pensar que puedo ofender a Dios, pecado de orgullo?

&16
Es el perdedor quien disfruta el juego, el ganador la ganancia.

&17
En el desierto, el camino son los pasos sobre la arena, y lo caminado el destino.

A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2016

-BELLEZA PRIVADA-

Llega el IKEA a Valladolid, la multinacional nórdica con su implícita promesa de socialdemocracia avanzada, con sus muebles de diseño al alcance del ciudadano común, donde predomina la calidez del claro, con sus armarios de montar, con los mil detalles para cada rincón del hogar.
Llega IKEA, como cabeza de puente de todas esas multinacionales sin cuyo asentamiento seguiríamos siendo una ciudad provinciana, aun una capital provinciana, y se instala en la afueras, en el alfoz, que diría nuestro antiguo alcalde, en medio del campo.
Llega IKEA, acaba la ironía, y el hermoso paisaje castellano, esa sucesión de cerros -a veces cubiertos de pinos o encinas, a veces pelados-, y campos cultivados, se convierte en soporte de centenares de anuncios de geometría simple y colores chirriantes que, mientras esconden el horizonte, nos invitan al selectivo disfrute de adquirir todas esas mercancías que acabaríamos, igualmente, comprando.
Y así, la cálida belleza hogareña, la belleza accesible al ciudadano común, la belleza instalada en la república independiente de su casa, la democrática belleza privada, es, como si de un símbolo se tratase, tristemente compatible con el aumento de la fealdad pública, con el deterioro progresivo del entorno, con la destrucción del cuidado paisaje cultural, nacido tras siglos de trabajo del hombre sobre el territorio, con la negación de todo disfrute gratuito.

A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2016

sábado, 11 de junio de 2016

-TABÚ-

Tener que llevar esa piel continuamente, esa piel sobre piel, tener que ser, día tras día, y a cualquier hora del día, gallego, vasco, catalán, tener que reaccionar ante las ofensas, tener que ofenderse, como gallego, vasco, catalán, continuamente, que estar con los nuestros -que ya no es ni siquiera un nuestros, y casi ni siquiera un nosotros, absorbidos en sujeto colectivo, sin las fisuras que soporta, incluso, todo sujeto individual, todo yo-, tener que declarar, por ejemplo, persona non grata a Rosa Díez, unido todo el arco parlamentario gallego, esa ejemplarizante y ya vieja historia -pero ¿qué no se hace hoy viejo tras su enunciación?-, tener que ser continuamente mujer, continuamente indígena, continuamente grupo oprimido; ¡esa inversión sacrificial del tabú del incesto con la que queda abolida la exogamia!
A. Bugarín
Valladolid, 2016

viernes, 13 de mayo de 2016

-TRINOS Y AFORISMOS-


&1
La historia es el tiempo dotado de significación, tiempo reinterpretado. En el colmo, Hegel.

&2
Ambivalencia de la sinceridad: lo que no se dice no adquiere presencia. Pero también, lo que no se dice no se gana el olvido.

&3
Probabilismo: Dios aprieta, y ahoga o no ahoga siguiendo complejos cálculos estadísticos.

&4
Retroprogresistas: su máxima aspiración es convertir a los ciudadanos en etnotipos.

&5
Configuraciones de lo humano nacidas de la dialéctica comunidad-individuo: etnotipo, siervo, súbdito, ciudadano, consumidor satisfecho (Bueno dixit), ¿plebe?

&6
El colmo de la blasfemia es hablar en nombre de Dios.

&7
Lo que dota de identidad al individuo no es la posesión de un alma, sino de un cuerpo. Mensaje para posthumanistas cibernéticos.

&8
El abismo entre lo humano y lo no humano está en la capacidad de formular una simple pregunta ¿y si...?

&9
Tolerancia, la forma suprema de la civilización, pero también, y quizá por eso mismo, la forma suprema del desprecio.

&10
Identidad del sujeto. Redundancia. Solo hay identidad si hay sujeción.

&11
Locura es pérdida de sujeción, y, por ello, de identidad.

&12
¿El desprecio es un componente de toda civilización? Pathos de la distancia, que diría Nietzsche.

&13
Antes se pudre el agua en la charca que en el océano. Lo pequeño es pequeño.

&14
Quien no olvida la historia está, acaso, condenado a la discordia.

&15
El remordimiento hizo a Dios hombre.

&16
Elogiamos la fuerza cuando está de nuestro lado, y la consideramos inmoral abuso cuando está del lado de nuestros adversarios.

& 17
Llega, otra vez, la nueva política.

A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

domingo, 8 de mayo de 2016

-ABDICACIONES-

Cuando, de nuevo, la pulsión totalitaria se instale entre nosotros, cuando el pueblo, o la gente, o las masas, decidan abdicar de sus responsabilidades personales -y cabe preguntarse si hay pueblo, o gente, o masas, sin una cierta abdicación de las responsabilidades personales-, empezando por aquellas responsabilidades que tienen los individuos para consigo mismos, cuando el discurso claudicante de los buenos y los malos, de los creyentes y los impíos, del pueblo real y el hipostasiado, en fin, del ellos o nosotros -y el orden es el que es- se instale, de nuevo, entre nosotros, no lo hará bajo las formas ya conocidas y fácilmente identificables, bajo las máscaras del fascismo, por ejemplo, arquetipo de todo totalitarismo, sino bajo otras formas; al igual que un cuerpo inmunizado cierra el paso a las viejos virus ya conocidos, pero no a los mutantes, cuando el totalitarismo, me reitero, llegue -e indicios hay de que tal cosa no es descartable-, lo hará bajo máscaras que no reconoceremos hasta que su dominio esté consumado, quien sabe, puede que, incluso, bajo alguna de las múltiples máscaras del antifascismo.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

jueves, 5 de mayo de 2016

-EL CUERPO Y SU YO-

Oído: «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», «¡mi cuerpo es mío!». ¿Apología del individualismo y el derecho de propiedad? ¿Éxtasis liberal en su doble sentido: derechos ciudadanos y economía de mercado?
Pero, ¿qué o quién es el yo propietario? ¿quién o qué la propiedad? Pues aun el liberal concibe un sujeto que, no agotándose en su ser colectivo, tiene, sin embargo, una proyección, no muy lejana al marxiano ser genérico, en los otros. Si el liberal reniega, frecuentemente, de lo social, no lo hace, sin embargo, de lo interindividual. Su tríada capitolina incluye, junto a la libertad -del individuo-, la igualdad -ante la ley-, y la fraternidad -para con los otros-. ¿Pues acaso mi anulación como sujeto, y mi anulación suprema, mi muerte -permítasenos obviar la posible precipitación de este enunciado, pues acaso haya formas de anulación más terminantes que la muerte-, no supone una escisión, vivida como dolor, en quienes me sienten como cosa propia?
Retomemos la pregunta: ¿qué o quién es el yo propietario? ¿Y si el yo no fuese el propietario sino la propiedad? Pues todo apunta -un todo que incluye aportaciones de la neurología, la psicología y la filosofía de la mente- a que, eso que denominamos yo, no es sino un tomar conciencia el cuerpo -un cuerpo que siente y piensa, o siente pensando, o piensa sintiendo- de sí mismo, de sus propios estados, de sus propias decisiones.
Un cuerpo que se constituye -como la partícula sumergida que encuentra su ruta de choque en choque-, en sujeto ante otros sujetos; y, con el nacimiento de la filosofía -esa escisión en el cuerpo colectivo que el mito alumbra-, en sujeto racionalmente autónomo. Y es ese sujeto racionalmente autónomo, redescubierto y extendido en la modernidad, el que configura el moderno Estado de derecho -donde derecho significa la protección legal de ese individuo racionalmente autónomo, pues otra cosa sería redundancia-, y el que da fundamento a la idea misma de dignidad, base de toda la ética contemporánea.
Y es entonces cuando adquiere sentido gritar: «¡mi cuerpo es mío!», «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», como expresión, metáfora, o reivindicación, de esa autonomía racional; que, no obstante, no libera al individuo de su responsabilidad ante los otros, para con los otros; no es fundamento de autodeterminación, posible solo para la sustancia infinita, sino de codeterminación.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

miércoles, 2 de marzo de 2016

-MIL WIKIPEDIAS-

En El fin de la historia y el último hombre el politólogo norteamericano Francis Fukuyama asegura -esgrimiendo una expresión de origen hegeliano-, que, tras la liquidación del bloque -a nosotros nos gustaría decir bloqueo-, soviético, la historia ha llegado a su fin; a un fin, no obstante, que es una objeción a los discípulos díscolos de Hegel, al que, los tales discípulos, habían puesto a caminar sobre sus pies, invirtiendo la interesante perspectiva del filósofo suabo según la cual la humanidad camina apoyándose en su cabeza.
Y llega, Fukuyama, a esa hegeliana conclusión tras constatar que los seres humanos se mueven por dos impulsos básicos: la búsqueda de bienestar y el deseo de reconocimiento.
Y sucede, dice Fukuyama, que el modelo liberal-capitalista es el que ha procurado mayores cotas de bienestar para mayor número de individuos; y sucede, simultáneamente, que el modelo liberal-democrático, con el que está entretejido, es el que ha procurado mayores posibilidades de reconocimiento a un mayor número de personas. De modo que, tras el asentamiento del modelo liberal -liberal-capitalista y liberal-democrático- en buena parte del planeta, solo cabe esperar la expansión y acrecentamiento del bienestar general y de las posibilidades generales de reconocimiento. El modelo liberal es el modelo definitivo de organización social por ser aquel que mejor satisface las aspiraciones de los seres humanos, las aspiraciones inscritas en la propia naturaleza humana.
Pero años más tarde, y tras los espectaculares avances en las ciencias biotecnológicas y cibernéticas, y en las tecnologías relacionadas con la manipulación genética y la inteligencia artificial, Fukuyama vislumbra otra posibilidad, la posibilidad de que el desarrollo científico-tecnológico permita manipular la propia naturaleza humana, por lo que otra naturaleza humana, incluso posthumana, implicaría otras aspiraciones y, tal vez, otro modelo social para satisfacerlas. El futuro vuelve a abrirse de nuevo, la historia humana retoma su marcha creadora -o, no hay que descartarlo, y eso lo decimos nosotros, hacia el abismo-.
Pero cabe, también, la posibilidad -acerca de la cual, que sepamos, no dice nada Fukuyama-, de que el desarrollo científico y tecnológico traiga consigo otros modelos productivos -modelos de producción colaborativos, ofertas crecientes de servicios gratuitos-, y otros modelos organizativos -organizaciones en red, toma horizontal de decisiones-, transformando el concepto mismo de mercancía y de mercado -proliferación de productos y servicios no destinados al intercambio-, y volviendo obsoleto, acaso, el modelo de producción capitalista.
A. Bugarín
Valladolid, marzo-2016

sábado, 27 de febrero de 2016

-CORRUPCIONES-

Dice Donald Trump, candidato a candidato a la presidencia de EE. UU. de América del Norte, que sus votantes son aquellos capaces de votar a un asesino.
Y podrían decir, aquí, los líderes de Convergencia i Unió -disueltos y reaparecidos parte como parte de Junts pel sí, y, luego, como Democràcia i Llibertat, y la otra parte bajo su denominación original-, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar el secuestro de las instituciones para beneficio particular de algunas familias, y, especialmente, de una; aquellos capaces de votar a quienes se esfuerzan en reducir ciudadanos a etnotipos, mediación por medio, del chantaje emocional que supone la acusación, implícita o explícita, de carencia de patriotismo o de cosas peores.
Y podrían decir, también, los dirigentes del Euzko Alderdi Jeltzalea-Partido Nacionalista Vasco, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a quienes recogen las nueces, después de que otros sacudan, con cuidado de no romperlo, eso sí, el árbol.
Y podrían decir, los dirigentes del Partido Socialista Obrero Español, sección Andalucía, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar el uso de instituciones y subvenciones para la compra de votos.
Y podrían decir, dirigentes y representantes de Bildu y sus diversas manifestaciones, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a quienes justifican -o, en el mejor de los casos, condescienden con- el asesinato, la extorsión y el etnicismo.
Y podrían decir, igualmente, los dirigentes del Partido Popular, que sus votantes son aquellos capaces de apoyar a un partido que ha entrado a saco en las instituciones del Estado para llenar las arcas de sus dirigentes, mientras vendían, sin rubor alguno, patriotismo y el sacrificio de aquellos pocos de sus militantes que, en alguna parte del país, se jugaban la vida creyendo que estaban haciendo otra cosa.
Pues siempre, tras la corrupción de líderes, partidos e instituciones, está la corrupción de los ciudadanos, que, en un Estado democrático, constituyen siempre la fuente última de poder, y, por lo tanto, de corrupción.
Y no mitiga la responsabilidad ciudadana el «los demás también», sino que la acrecienta.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

miércoles, 17 de febrero de 2016

-POLISEMIAS-

De un término que incluye varios significados se dice que es polisémico; así, el de cultura, bajo cuyo manto sagrado -a decir de Bueno, secularización de la gracia-, se ocultan un sinfín de mezquindades, tal la pretensión del mundo de la cultura, o industria del ocio, de escapar a la reglas del mercado -pletórico, Bueno otra vez-, acaparando estipendios y reglamentaciones favorables, y tal la pretensión -nacionalista, con la condescendencia, a veces, y apoyo explícito, otras veces, de la izquierda reaccionaria- de reducir ciudadanos a etnotipos, presentadas, tales pretensiones, como justa contribución a la defensa de la identidad cultural de los pueblos, otro significante sacralizado, y hurtado, así, a la mirada crítica del ciudadano.
Pero la exigencia ciudadana, cambiamos de sema, de cultura, esto es, de formación, de educación en la autonomía racional, ligada al conocimiento y desalienamiento -o, dicho de otro modo, a la autoposesión negadora de toda servidumbre, también llamada, por Kant, dignidad-, entra en contradicción con tales pretensiones.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

miércoles, 3 de febrero de 2016

-FILOSOFÍA Y CIUDADANÍA-

La filosofía hace su aparición en el siglo VI a. C. Y hace su aparición en forma de un saber que se envuelve, todavía, bajo el ropaje del pensamiento mítico, bajo el ropaje de la revelación. Así, en su Poema, Parménides nos trasmite las palabras de la diosa que nos invitan a seguir el camino de la verdad, es decir, del desvelamiento, del descubrimiento, que nos conduce a lo eterno e inmutable, a lo que siempre es, al ser, de un modo semejante a como, en el oráculo de Delfos, la Pitonisa vocea, como altavoz privilegiado, las palabras del dios, que nos desvelan, que nos descubren, el Destino, naturalmente velado, naturalmente cubierto.
Siglo y medio más tarde, la filosofía se había instalado en la plaza pública, especialmente en la plaza pública ateniense, bajo un manto ya totalmente laico, y aun laicista, coincidiendo, ¿mera coincidencia?, en el tiempo, con la ocupación del ágora por el ciudadano, convertido en sujeto político.
Se difumina Grecia y la filosofía inicia su particular viaje al Hades, sobreviviendo como una sombra en las escuelas primero, y como sierva de la teología después.
Pero, como Orfeo, regresa paulatinamente al mundo de los vivos. Ockham, sin querer, Bacon, Suárez, Descartes y otros, no sabemos si queriendo, rompen las ataduras teológicas. Y los humanos merecieron, de nuevo, la autonomía racional, en precisa expresión kantiana. Y, otra vez, el sujeto político se hizo ciudadano, individuo racionalmente autónomo, capaz, por ello, de gobernarse a sí mismo, y de dirigirse, por sí mismo, a otros ciudadanos.
Y cabe preguntarse si hay aquí conexión necesaria o simple casualidad.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

sábado, 30 de enero de 2016

-IZQUIERDAS-

Sostiene Aristóteles, que el ser se dice de muchas maneras, lo que significa que la palabra «ser» se emplea con múltiples significados, y que lo que «es» se manifiesta bajo múltiples aspectos.
Pues bien, algo similar sucede con la categoría política «izquierda», dado el término se emplea con múltiples significados, y que su puesta en práctica difiere en objetivos y procedimientos, lo que convendría tener en cuenta cuando se apela, por ejemplo, a la unidad de la izquierda, pues, acaso las izquierdas que se pretende unir sean incompatibles entre sí.
Y así, podemos encontrarnos con una izquierda instalada en un territorio moral de naturaleza virtual, una izquierda angélica, que ha roto todo compromiso con la realidad, que es siempre material, conflictiva, en la que «toda determinación es negación», y en la que «no todo es compatible con todo». Para esta izquierda, como en las películas de Disney, el león bueno acabará, finalmente, comiendo lechuga.
Existe otra izquierda, o dicho al modo aristotélico, la izquierda se manifiesta también, bajo la forma de una izquierda totalitaria, que es esa izquierda para la que el sujeto racionalmente autónomo es una invención burguesa. Para esta izquierda, el individuo es, y solo puede ser, en su exterior y en su interior, un reflejo de la colectividad, de la comunidad, acaso de la comunidad de trabajadores, que se encuentra a sí misma, como tal colectividad, bajo la dirección del partido, bajo la mirada absoluta del partido.
La izquierda se manifiesta, en tercer lugar -el orden es, obviamente, arbitrario-, bajo la forma de una izquierda liberal, una izquierda para la que el sujeto político es, asumiendo los postulados de la Ilustración y la Revolución francesa, el individuo racionalmente autónomo, el ciudadano, que interviene en la constitución y transformación de su comunidad política a través de los medios institucionales -partidos, sindicatos-, o semiinstitucionales -organizaciones no gubernamentales-. Para esta izquierda, por ser, el individuo racionalmente autónomo, el sujeto político, es, también, él mismo, el límite a la intervención del poder político.
Y la izquierda se manifiesta, para cerrar esta clasificación, bajo la forma de una izquierda reaccionaria, que se constituye como tal en reacción contra el capitalismo tardío, contra los Estados Unidos de América del Norte, en la medida en que constituyen el centro de irradiación de ese capitalismo tardío, y contra sus aliados, especialmente contra Israel, lo que no deja de ser, esta especial inquina a Israel, un enigma político e histórico. Esta izquierda, quizá porque nació de una confrontación sin un proyecto alternativo claro, ha buscado sus alianzas entre todo aquello que el propio desarrollo de las sociedades del capitalismo avanzado han vuelto obsoleto. Y así, nos la encontramos reivindicando el comunitarismo y otras formas de tribalismo contemporáneo, su apología, por ejemplo, del etnotipo frente al ciudadano, o apoyando al Irán teocrático y otros movimientos islamistas, al caudillismo latinoamericano, esto es, al peronismo y sus variantes chavistas, etc.
Se prodiga también últimamente, en este caso perfectamente compatible con cualquiera de las otras variantes, la izquierda tuit, que reduce el análisis de fenómenos complejos a la frase más o menos ingeniosa que cabe en 140 caracteres, que es capaz, sin sonrojo alguno, de afearnos nuestra conducta con soluciones al alcance de un niño.
Y, para finalizar, una duda, la que siempre nos asalta en medio de toda reflexión política, de toda reflexión, especialmente, sobre la naturaleza y el papel de la izquierda, ¿Marx ha muerto, finalmente? ¿Cabe una lectura de Marx posliberal, no antiliberal? ¿Cabe una izquierda posliberal?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

-¿DEMOCRACIA O REPÚBLICA?:
UN PROBLEMA ARISTOTÉLICO-

Cualquier alumno que haya cursado la asignatura de Historia de la filosofía en el bachillerato sabe que Aristóteles contrapone república, pues con este término se suele traducir el griego politeia, a la que incluye entre los gobiernos correctos, a democracia, demokratía, a la que incluye entre los incorrectos.
Democracia es, literalmente, el gobierno del pueblo, de los más, que, además, suelen ser, dice Aristóteles, los pobres. Y república es, también, gobierno de los más, de la mayoría. ¿Qué convierte, entonces, a una forma de gobierno, república, en correcta y a otra, democracia, en incorrecta?
Llamamos república, sigue diciendo Aristóteles, al gobierno de la mayoría que busca el bien común. Esto es, el bienestar material y las condiciones políticas que permitan a todos los ciudadanos llevar una vida plena, y, por ello, feliz. Y llamamos democracia al gobierno de la mayoría que busca el beneficio de esa mayoría. Y eso, la diferencia entre el bien de todos y el de la mayoría, establece la diferencia entre los gobiernos correctos e incorrectos.
Al margen de la posible arbitrariedad de los nombres, república, democracia, Aristóteles está planteando un problema esencial. ¿Está legitimada la mayoría para imponer sus decisiones? ¿Sean cuales sean esas decisiones?
Aristóteles, como hemos visto, nos dice que no. Y la razón de la respuesta aristotélica hay que buscarla en la ética, que él considera una parte de la política, y donde se establece cuál es el fin al que la naturaleza ha destinado al hombre: a saber, alcanzar la plenitud, o felicidad. Por ello, la polis, a la que, para entendernos, podemos identificar con el Estado, tiene que estar orientada a lograr ese fin. (Dejemos de lado la cuestión de que Aristóteles, deudor de su época, considere que no todos los seres humanos son aptos para la felicidad, y que, en consecuencia, justifique el que la ciudadanía quede restringida a los varones, libres, naturales de la polis e hijos de naturales de la polis. Dejemos de lado, también, el que la demokratía griega no es nuestra democracia, y que ni siquiera la polis es, estrictamente hablando, nuestro Estado.)
¿Y cuáles son los límites que aceptaríamos, nosotros, que debe tener el poder político? ¿O no debe tener ninguno bajo el supuesto de que en democracia el pueblo es soberano?
Pero, dice Oscar Wilde, al que tiraniza alma y cuerpo se le llama pueblo. ¿Puede, la voluntad del pueblo, ser tiránica? ¿Tiránica, además, en grado sumo, pues el pueblo, frente al príncipe y al papa, puede tiranizar, simultáneamente, alma y cuerpo? Y, ya puestos, ¿existe la voluntad del pueblo?
Volvamos a nuestro problema. ¿Aceptaríamos nosotros de buen grado el sometimiento a las decisiones sin restricción de la mayoría? ¿Y, de no ser así, en qué se fundamentaría nuestro supuesto derecho a no aceptarlas?
Conviene recordar, antes de responder, que la democracia moderna, que, como hemos dicho, no es la demokratía griega, es posterior a muchas cosas. Es posterior al cristianismo, con su concepto de persona, cuyo sentido no se agota en el Estado, lo que supone, implícitamente, poner límites a la intervención del Estado en la vida de los individuos; y con su idea de hermandad universal, bajo el supuesto de que todos somos hijos de Dios. Es posterior al pensamiento liberal, que comienza, como nos recuerda Ortega, por establecer, en primer lugar, no quién deba ejercer el poder, sino cuáles deben ser los límites de ese poder, lo ejerza quien lo ejerza, garantizando, así, un espacio de libertad para los individuos. Y es posterior, sobre todo, al pensamiento ilustrado, con su concepto de autonomía racional del sujeto. Y es así, con el reconocimiento de su autonomía racional, como el siervo medieval se convierte en el ciudadano de la Revolución francesa, es así como la revolución francesa instaura la república de ciudadanos, si se nos permite la expresión, acaso redundante.
Y sobre esa noción de ciudadano se desarrolla la democracia moderna, nuestra democracia. Y, precisamente por ello, la condición de ciudadano, con todo lo que implica, es un límite al poder del pueblo, del ethnos, de la mayoría.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

jueves, 28 de enero de 2016

-CONTEMPLACIÓN Y CONSUMO-

Síntomas. Aceleración de la producción, ya previsto por Marx, hace casi dos siglos, en la prehistoria según la aceleración, también, del tiempo histórico, del tiempo significativo. Aumento de la población -¿con tendencia a la estabilización?- y, por lo tanto, necesidad de nuevas fuentes de empleo, que acelerarán la producción, y el consumo, hacia, Marx de nuevo, ¿crisis fuerte del sistema?, ¿guerras, y nueva restauración? Pero, ¿lo permitiría la nueva conciencia global? ¿una guerra? ¿una guerra de verdad, no las escaramuzas del Estado islámico en los márgenes de la civilización, márgenes instalados, también, en París? Y si no ¿agotamiento de los recursos? ¿transformación radical del hábitat humano con consecuencias imprevisibles? ¿destrucción de nuestra civilización que, ahora, no sería de una civilización sino de la civilización? O, también Marx, ¿superación del modelo capitalista? ¿Con dictadura del proletariado de por medio? ¿Proletarios? ¿Dictadura? ¿Con redes sociales? ¿Impresoras 3D? ¿Mundos virtuales? ¿Complementos periféricos adaptados al organismo humano? ¿Acaso un futuro post-humano?
Y otras posibles salidas. ¿Ampliación, no de lo colectivo, sino de lo compartido? ¿Formas de disfrute que no agoten el mundo? ¿Contemplación? ¿Cuidado? ¿Transfiguración de lo humano-social, de lo humano-político? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué? Heidegger: estar a la espera. ¿De qué? ¿Solo un dios puede salvarnos? Y, ¿qué es lo que hay que salvar?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

martes, 26 de enero de 2016

-PLURALISMO Y PLURINACIONALIDAD-

Se ha convertido en un tópico político, aquí, en España -también, bajo otras formas, en otros lugares, que obviaremos de momento- la reivindicación, por parte de cierta izquierda que, por esta y otras razones, solo cabría calificar de reaccionaria, y, también, por supuesto, por parte de los nacionalistas identitarios de la derecha, exigir el reconocimiento del carácter plurinacional del "Estado".
Y se alega, en favor de esta reivindicación, que plurinacionalidad significa el reconocimiento de «la diversidad y el pluralismo» que configuran la sociedad española.
Pero, frente a esta reivindicación,  y frente a este argumentario, cabe alegar que:
1. No todo es compatible con todo.
2. La diversidad étnico-cultural no es, en sí misma, un valor. No, al menos, si lo que queremos es construir sociedades de ciudadanos, esto es, de sujetos racionalmente autónomos, y, por lo tanto, libres. Pues hay costumbres y tradiciones incompatibles con tal pretensión. El alegato de la diversidad no puede, por lo tanto, en sí mismo, justificar nada.
3. Convertir a los territorios, o a las comunidades étnico-nacionales, en sujetos políticos no garantiza el pluralismo, sino más bien lo contrario. Pues, se está dando a entender, con ello, que el sujeto autónomo, el ciudadano, debe someterse a las prescripciones de su comunidad étnico-nacional, convertirse en un modelo de esa comunidad, en un etnotipo, en detrimento de su libertad individual y ciudadana para adoptar, o no adoptar, los elementos identitarios que la constituyen. A la postre, se está invitando a los individuos a asimilar las señas de identidad de su comunidad de pertenencia bajo la amenaza implícita de aparecer como traidores a la misma. Plurinacionalidad no implica pluralismo, sino coexistencia de uniformidades.
Valladolid, enero-2016


miércoles, 20 de enero de 2016

-METARRELATOS-

El sueño de la filosofía fue una vez la narración absoluta, es decir, la escritura hecha a sí misma, que, desde un fundamento autofundante, llámese Dios, llámese necesidad, llámese la Idea que aun no se sabe, que aún no se conoce, fluye como agua encauzada hacia el mar inevitable, llámese de nuevo Dios, llámese la Idea que se ha hecho para sí, que es consciente de sí, que se ha reintegrado en sí bajo la forma de la autoposesión, esto es, la filosofía fue el sueño de Hegel, que, como todo sueño, reescribió el azar para poder entenderlo, para poder incorporarlo, reintegrando las sensaciones bajo el poder de la propia autoidentidad.
Pero, desde entonces -desde la mecánica cuántica, desde la ética de la situación, desde las matemáticas del caos, desde el falsacionismo, esto es, desde Cusa, desde la docta ignorancia, que significa que no conocemos el principio del cuento, que no conocemos el final, que acaso no hay principio ni final, y que, sobre la marcha, vamos elaborando la narración, sin que eso signifique que toda narración sea aceptable, pues toda escritura tiene su propia lógica, su propia ética y su propia estética-, todo conspira contra ese absoluto, contra esa narración acabada.
Y aquel intento, y el fracaso de aquel intento, también significan, aunque no lo parezca, ser ciudadano, por si fuera necesario justificar la inclusión, aquí, en este blog de literatura política, de esta digresión.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016


-RAZAS, ETNIAS, PUEBLOS-

Los pueblos, que no el pueblo, así en plural, en boca de los políticos, de ciertos políticos, de ciertos políticos que situamos ¿en la izquierda?, en todo caso en una nueva y paradójica izquierda que crece, de Madrid a Buenos Aires, pasando por Caracas, y que podríamos calificar, con permiso de Horacio Vázquez-Rial, aunque no sé si estamos hablando de lo mismo, de izquierda reaccionaria.
Y hablan, esos mismos políticos, y otros de la derecha reaccionaria de siempre, pero disfrazada de otras cosas, del derecho de los pueblos a decidir, por ejemplo, de los pueblos y de la gente, nunca de los ciudadanos, ese viejo concepto, liberal y republicano, venido a menos, quizá por lo que supone, autonomía racional, autonomía, y por lo tanto también, responsabilidad, del individuo.
Los pueblos, es decir, las etnias, es decir, las razas, pues ¿qué es una raza sino un pueblo que se ha resistido durante milenios al mestizaje y cuyos mutaciones azarosas, acaso deriva genética de por medio, han construido una identidad colectiva en el propio cuerpo de los individuos?
Y dicen, esos mismos políticos, y sus asesores culturales, que, donde hay un pueblo, esto es, donde hay, estamos en el contexto de la antropología cultural, una nación, esto es, una etnia, debe haber un Estado. ¿Debe, también, haber una etnia donde hay un Estado?
O, en todo caso, Estado plurinacional, para garantizar, se dice, el pluralismo; o sea, ¿combatir el mestizaje para garantizar la existencia de la diversidad racial? ¿Pero eso no era la Nouvelle Droite? ¿El pluralismo es una confederación de uniformidades?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

domingo, 10 de enero de 2016

-CIUDADANOS Y ETNOTIPOS-

Un ciudadano es un determinado tipo humano. Un tipo humano modelado por la política, por la polis, por el Estado -obviemos, de momento, las diferencias-. Un tipo humano que no aparece en la prehistoria, no es un producto de la biología, aunque, como todo lo humano, tiene una biología detrás. Es un tipo humano que aparece muy recientemente, como una maravillosa novedad de la civilización griega de en torno al siglo V antes de Cristo.
Un ciudadano es un individuo, y esto hay que reiterarlo, un individuo, sujeto a derechos y deberes políticos. Es decir, un ser racionalmente autónomo, capaz, por lo tanto, de decidir, por sí mismo, lo que le conviene. Un individuo que, como sujeto político, tiene que con-vivir bajo la forma de la colaboración o del enfrentamiento, con otros individuos. Y que, para posibilitar esa convivencia, aun la convivencia conflictiva, tiene que urdir reglas, derechos, y más reglas, deberes, con las que se compromete explícita o implícitamente.
El etnotipo es un tipo humano ancestral. Es incluso, acaso, prehumano. (El incluso acaso es un descubrimiento literario que acabo de hacer.) El etnotipo viene determinado por la cultura, y aun por la biología, si hemos de aceptar aquello de que una raza es una cultura escrita en el cuerpo. Es pre-racional y pre-estatal.
Confundir ciudadanos y etnotipos tiene consecuencias políticas. Y, con frecuencia, nefastas consecuencias políticas. A la historia nos remitimos. Pero buena parte de la, no sé cómo llamarle, progresía está muy manido, y no expresa lo que tratamos de nombrar, sigue teniendo connotaciones positivas, quizá, aunque parezca un oxímoron, izquierda reaccionaria, dejémoslo ahí, buena parte de la izquierda reaccionaria, tan determinante en nuestro país, sigue confundiéndolos. Y así se oye hablar de nación de naciones, mientras que otros, no sé si dándose cuenta de lo problemático del término, se decantan, ahora, por país de países, cuando lo que quieren decir es que España es una nación política, una nación de ciudadanos, que comparten diversas identidades étnicas, es decir, en la que conviven diversos etnotipos, como en todas las naciones, como en todos los países.
El regreso de la nación-Estado, de la nación política, de la nación de ciudadanos, a la nación-étnica, a los «pueblos naturales», es un retroceso. Es abandonar el camino que nos libera de las ataduras obligatorias a una tradición, unas costumbres, ¿una raza? y que nos ata a las leyes, a la solidaridad administrada, a las libertades individuales. Los vínculos afectivos a la historia comunitaria, a la tradición, a las costumbres, existen, y son, incluso, necesarios y buenos, pero, como la religión, deben quedar en el ámbito de la vida civil y privada, fuera, en todo caso, de la gestión política, y fuera, desde luego, de la adscripción obligatoria.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016