sábado, 30 de enero de 2016

-IZQUIERDAS-

Sostiene Aristóteles, que el ser se dice de muchas maneras, lo que significa que la palabra «ser» se emplea con múltiples significados, y que lo que «es» se manifiesta bajo múltiples aspectos.
Pues bien, algo similar sucede con la categoría política «izquierda», dado el término se emplea con múltiples significados, y que su puesta en práctica difiere en objetivos y procedimientos, lo que convendría tener en cuenta cuando se apela, por ejemplo, a la unidad de la izquierda, pues, acaso las izquierdas que se pretende unir sean incompatibles entre sí.
Y así, podemos encontrarnos con una izquierda instalada en un territorio moral de naturaleza virtual, una izquierda angélica, que ha roto todo compromiso con la realidad, que es siempre material, conflictiva, en la que «toda determinación es negación», y en la que «no todo es compatible con todo». Para esta izquierda, como en las películas de Disney, el león bueno acabará, finalmente, comiendo lechuga.
Existe otra izquierda, o dicho al modo aristotélico, la izquierda se manifiesta también, bajo la forma de una izquierda totalitaria, que es esa izquierda para la que el sujeto racionalmente autónomo es una invención burguesa. Para esta izquierda, el individuo es, y solo puede ser, en su exterior y en su interior, un reflejo de la colectividad, de la comunidad, acaso de la comunidad de trabajadores, que se encuentra a sí misma, como tal colectividad, bajo la dirección del partido, bajo la mirada absoluta del partido.
La izquierda se manifiesta, en tercer lugar -el orden es, obviamente, arbitrario-, bajo la forma de una izquierda liberal, una izquierda para la que el sujeto político es, asumiendo los postulados de la Ilustración y la Revolución francesa, el individuo racionalmente autónomo, el ciudadano, que interviene en la constitución y transformación de su comunidad política a través de los medios institucionales -partidos, sindicatos-, o semiinstitucionales -organizaciones no gubernamentales-. Para esta izquierda, por ser, el individuo racionalmente autónomo, el sujeto político, es, también, él mismo, el límite a la intervención del poder político.
Y la izquierda se manifiesta, para cerrar esta clasificación, bajo la forma de una izquierda reaccionaria, que se constituye como tal en reacción contra el capitalismo tardío, contra los Estados Unidos de América del Norte, en la medida en que constituyen el centro de irradiación de ese capitalismo tardío, y contra sus aliados, especialmente contra Israel, lo que no deja de ser, esta especial inquina a Israel, un enigma político e histórico. Esta izquierda, quizá porque nació de una confrontación sin un proyecto alternativo claro, ha buscado sus alianzas entre todo aquello que el propio desarrollo de las sociedades del capitalismo avanzado han vuelto obsoleto. Y así, nos la encontramos reivindicando el comunitarismo y otras formas de tribalismo contemporáneo, su apología, por ejemplo, del etnotipo frente al ciudadano, o apoyando al Irán teocrático y otros movimientos islamistas, al caudillismo latinoamericano, esto es, al peronismo y sus variantes chavistas, etc.
Se prodiga también últimamente, en este caso perfectamente compatible con cualquiera de las otras variantes, la izquierda tuit, que reduce el análisis de fenómenos complejos a la frase más o menos ingeniosa que cabe en 140 caracteres, que es capaz, sin sonrojo alguno, de afearnos nuestra conducta con soluciones al alcance de un niño.
Y, para finalizar, una duda, la que siempre nos asalta en medio de toda reflexión política, de toda reflexión, especialmente, sobre la naturaleza y el papel de la izquierda, ¿Marx ha muerto, finalmente? ¿Cabe una lectura de Marx posliberal, no antiliberal? ¿Cabe una izquierda posliberal?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

-¿DEMOCRACIA O REPÚBLICA?:
UN PROBLEMA ARISTOTÉLICO-

Cualquier alumno que haya cursado la asignatura de Historia de la filosofía en el bachillerato sabe que Aristóteles contrapone república, pues con este término se suele traducir el griego politeia, a la que incluye entre los gobiernos correctos, a democracia, demokratía, a la que incluye entre los incorrectos.
Democracia es, literalmente, el gobierno del pueblo, de los más, que, además, suelen ser, dice Aristóteles, los pobres. Y república es, también, gobierno de los más, de la mayoría. ¿Qué convierte, entonces, a una forma de gobierno, república, en correcta y a otra, democracia, en incorrecta?
Llamamos república, sigue diciendo Aristóteles, al gobierno de la mayoría que busca el bien común. Esto es, el bienestar material y las condiciones políticas que permitan a todos los ciudadanos llevar una vida plena, y, por ello, feliz. Y llamamos democracia al gobierno de la mayoría que busca el beneficio de esa mayoría. Y eso, la diferencia entre el bien de todos y el de la mayoría, establece la diferencia entre los gobiernos correctos e incorrectos.
Al margen de la posible arbitrariedad de los nombres, república, democracia, Aristóteles está planteando un problema esencial. ¿Está legitimada la mayoría para imponer sus decisiones? ¿Sean cuales sean esas decisiones?
Aristóteles, como hemos visto, nos dice que no. Y la razón de la respuesta aristotélica hay que buscarla en la ética, que él considera una parte de la política, y donde se establece cuál es el fin al que la naturaleza ha destinado al hombre: a saber, alcanzar la plenitud, o felicidad. Por ello, la polis, a la que, para entendernos, podemos identificar con el Estado, tiene que estar orientada a lograr ese fin. (Dejemos de lado la cuestión de que Aristóteles, deudor de su época, considere que no todos los seres humanos son aptos para la felicidad, y que, en consecuencia, justifique el que la ciudadanía quede restringida a los varones, libres, naturales de la polis e hijos de naturales de la polis. Dejemos de lado, también, el que la demokratía griega no es nuestra democracia, y que ni siquiera la polis es, estrictamente hablando, nuestro Estado.)
¿Y cuáles son los límites que aceptaríamos, nosotros, que debe tener el poder político? ¿O no debe tener ninguno bajo el supuesto de que en democracia el pueblo es soberano?
Pero, dice Oscar Wilde, al que tiraniza alma y cuerpo se le llama pueblo. ¿Puede, la voluntad del pueblo, ser tiránica? ¿Tiránica, además, en grado sumo, pues el pueblo, frente al príncipe y al papa, puede tiranizar, simultáneamente, alma y cuerpo? Y, ya puestos, ¿existe la voluntad del pueblo?
Volvamos a nuestro problema. ¿Aceptaríamos nosotros de buen grado el sometimiento a las decisiones sin restricción de la mayoría? ¿Y, de no ser así, en qué se fundamentaría nuestro supuesto derecho a no aceptarlas?
Conviene recordar, antes de responder, que la democracia moderna, que, como hemos dicho, no es la demokratía griega, es posterior a muchas cosas. Es posterior al cristianismo, con su concepto de persona, cuyo sentido no se agota en el Estado, lo que supone, implícitamente, poner límites a la intervención del Estado en la vida de los individuos; y con su idea de hermandad universal, bajo el supuesto de que todos somos hijos de Dios. Es posterior al pensamiento liberal, que comienza, como nos recuerda Ortega, por establecer, en primer lugar, no quién deba ejercer el poder, sino cuáles deben ser los límites de ese poder, lo ejerza quien lo ejerza, garantizando, así, un espacio de libertad para los individuos. Y es posterior, sobre todo, al pensamiento ilustrado, con su concepto de autonomía racional del sujeto. Y es así, con el reconocimiento de su autonomía racional, como el siervo medieval se convierte en el ciudadano de la Revolución francesa, es así como la revolución francesa instaura la república de ciudadanos, si se nos permite la expresión, acaso redundante.
Y sobre esa noción de ciudadano se desarrolla la democracia moderna, nuestra democracia. Y, precisamente por ello, la condición de ciudadano, con todo lo que implica, es un límite al poder del pueblo, del ethnos, de la mayoría.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

jueves, 28 de enero de 2016

-CONTEMPLACIÓN Y CONSUMO-

Síntomas. Aceleración de la producción, ya previsto por Marx, hace casi dos siglos, en la prehistoria según la aceleración, también, del tiempo histórico, del tiempo significativo. Aumento de la población -¿con tendencia a la estabilización?- y, por lo tanto, necesidad de nuevas fuentes de empleo, que acelerarán la producción, y el consumo, hacia, Marx de nuevo, ¿crisis fuerte del sistema?, ¿guerras, y nueva restauración? Pero, ¿lo permitiría la nueva conciencia global? ¿una guerra? ¿una guerra de verdad, no las escaramuzas del Estado islámico en los márgenes de la civilización, márgenes instalados, también, en París? Y si no ¿agotamiento de los recursos? ¿transformación radical del hábitat humano con consecuencias imprevisibles? ¿destrucción de nuestra civilización que, ahora, no sería de una civilización sino de la civilización? O, también Marx, ¿superación del modelo capitalista? ¿Con dictadura del proletariado de por medio? ¿Proletarios? ¿Dictadura? ¿Con redes sociales? ¿Impresoras 3D? ¿Mundos virtuales? ¿Complementos periféricos adaptados al organismo humano? ¿Acaso un futuro post-humano?
Y otras posibles salidas. ¿Ampliación, no de lo colectivo, sino de lo compartido? ¿Formas de disfrute que no agoten el mundo? ¿Contemplación? ¿Cuidado? ¿Transfiguración de lo humano-social, de lo humano-político? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué? Heidegger: estar a la espera. ¿De qué? ¿Solo un dios puede salvarnos? Y, ¿qué es lo que hay que salvar?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

martes, 26 de enero de 2016

-PLURALISMO Y PLURINACIONALIDAD-

Se ha convertido en un tópico político, aquí, en España -también, bajo otras formas, en otros lugares, que obviaremos de momento- la reivindicación, por parte de cierta izquierda que, por esta y otras razones, solo cabría calificar de reaccionaria, y, también, por supuesto, por parte de los nacionalistas identitarios de la derecha, exigir el reconocimiento del carácter plurinacional del "Estado".
Y se alega, en favor de esta reivindicación, que plurinacionalidad significa el reconocimiento de «la diversidad y el pluralismo» que configuran la sociedad española.
Pero, frente a esta reivindicación,  y frente a este argumentario, cabe alegar que:
1. No todo es compatible con todo.
2. La diversidad étnico-cultural no es, en sí misma, un valor. No, al menos, si lo que queremos es construir sociedades de ciudadanos, esto es, de sujetos racionalmente autónomos, y, por lo tanto, libres. Pues hay costumbres y tradiciones incompatibles con tal pretensión. El alegato de la diversidad no puede, por lo tanto, en sí mismo, justificar nada.
3. Convertir a los territorios, o a las comunidades étnico-nacionales, en sujetos políticos no garantiza el pluralismo, sino más bien lo contrario. Pues, se está dando a entender, con ello, que el sujeto autónomo, el ciudadano, debe someterse a las prescripciones de su comunidad étnico-nacional, convertirse en un modelo de esa comunidad, en un etnotipo, en detrimento de su libertad individual y ciudadana para adoptar, o no adoptar, los elementos identitarios que la constituyen. A la postre, se está invitando a los individuos a asimilar las señas de identidad de su comunidad de pertenencia bajo la amenaza implícita de aparecer como traidores a la misma. Plurinacionalidad no implica pluralismo, sino coexistencia de uniformidades.
Valladolid, enero-2016


miércoles, 20 de enero de 2016

-METARRELATOS-

El sueño de la filosofía fue una vez la narración absoluta, es decir, la escritura hecha a sí misma, que, desde un fundamento autofundante, llámese Dios, llámese necesidad, llámese la Idea que aun no se sabe, que aún no se conoce, fluye como agua encauzada hacia el mar inevitable, llámese de nuevo Dios, llámese la Idea que se ha hecho para sí, que es consciente de sí, que se ha reintegrado en sí bajo la forma de la autoposesión, esto es, la filosofía fue el sueño de Hegel, que, como todo sueño, reescribió el azar para poder entenderlo, para poder incorporarlo, reintegrando las sensaciones bajo el poder de la propia autoidentidad.
Pero, desde entonces -desde la mecánica cuántica, desde la ética de la situación, desde las matemáticas del caos, desde el falsacionismo, esto es, desde Cusa, desde la docta ignorancia, que significa que no conocemos el principio del cuento, que no conocemos el final, que acaso no hay principio ni final, y que, sobre la marcha, vamos elaborando la narración, sin que eso signifique que toda narración sea aceptable, pues toda escritura tiene su propia lógica, su propia ética y su propia estética-, todo conspira contra ese absoluto, contra esa narración acabada.
Y aquel intento, y el fracaso de aquel intento, también significan, aunque no lo parezca, ser ciudadano, por si fuera necesario justificar la inclusión, aquí, en este blog de literatura política, de esta digresión.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016


-RAZAS, ETNIAS, PUEBLOS-

Los pueblos, que no el pueblo, así en plural, en boca de los políticos, de ciertos políticos, de ciertos políticos que situamos ¿en la izquierda?, en todo caso en una nueva y paradójica izquierda que crece, de Madrid a Buenos Aires, pasando por Caracas, y que podríamos calificar, con permiso de Horacio Vázquez-Rial, aunque no sé si estamos hablando de lo mismo, de izquierda reaccionaria.
Y hablan, esos mismos políticos, y otros de la derecha reaccionaria de siempre, pero disfrazada de otras cosas, del derecho de los pueblos a decidir, por ejemplo, de los pueblos y de la gente, nunca de los ciudadanos, ese viejo concepto, liberal y republicano, venido a menos, quizá por lo que supone, autonomía racional, autonomía, y por lo tanto también, responsabilidad, del individuo.
Los pueblos, es decir, las etnias, es decir, las razas, pues ¿qué es una raza sino un pueblo que se ha resistido durante milenios al mestizaje y cuyos mutaciones azarosas, acaso deriva genética de por medio, han construido una identidad colectiva en el propio cuerpo de los individuos?
Y dicen, esos mismos políticos, y sus asesores culturales, que, donde hay un pueblo, esto es, donde hay, estamos en el contexto de la antropología cultural, una nación, esto es, una etnia, debe haber un Estado. ¿Debe, también, haber una etnia donde hay un Estado?
O, en todo caso, Estado plurinacional, para garantizar, se dice, el pluralismo; o sea, ¿combatir el mestizaje para garantizar la existencia de la diversidad racial? ¿Pero eso no era la Nouvelle Droite? ¿El pluralismo es una confederación de uniformidades?
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016

domingo, 10 de enero de 2016

-CIUDADANOS Y ETNOTIPOS-

Un ciudadano es un determinado tipo humano. Un tipo humano modelado por la política, por la polis, por el Estado -obviemos, de momento, las diferencias-. Un tipo humano que no aparece en la prehistoria, no es un producto de la biología, aunque, como todo lo humano, tiene una biología detrás. Es un tipo humano que aparece muy recientemente, como una maravillosa novedad de la civilización griega de en torno al siglo V antes de Cristo.
Un ciudadano es un individuo, y esto hay que reiterarlo, un individuo, sujeto a derechos y deberes políticos. Es decir, un ser racionalmente autónomo, capaz, por lo tanto, de decidir, por sí mismo, lo que le conviene. Un individuo que, como sujeto político, tiene que con-vivir bajo la forma de la colaboración o del enfrentamiento, con otros individuos. Y que, para posibilitar esa convivencia, aun la convivencia conflictiva, tiene que urdir reglas, derechos, y más reglas, deberes, con las que se compromete explícita o implícitamente.
El etnotipo es un tipo humano ancestral. Es incluso, acaso, prehumano. (El incluso acaso es un descubrimiento literario que acabo de hacer.) El etnotipo viene determinado por la cultura, y aun por la biología, si hemos de aceptar aquello de que una raza es una cultura escrita en el cuerpo. Es pre-racional y pre-estatal.
Confundir ciudadanos y etnotipos tiene consecuencias políticas. Y, con frecuencia, nefastas consecuencias políticas. A la historia nos remitimos. Pero buena parte de la, no sé cómo llamarle, progresía está muy manido, y no expresa lo que tratamos de nombrar, sigue teniendo connotaciones positivas, quizá, aunque parezca un oxímoron, izquierda reaccionaria, dejémoslo ahí, buena parte de la izquierda reaccionaria, tan determinante en nuestro país, sigue confundiéndolos. Y así se oye hablar de nación de naciones, mientras que otros, no sé si dándose cuenta de lo problemático del término, se decantan, ahora, por país de países, cuando lo que quieren decir es que España es una nación política, una nación de ciudadanos, que comparten diversas identidades étnicas, es decir, en la que conviven diversos etnotipos, como en todas las naciones, como en todos los países.
El regreso de la nación-Estado, de la nación política, de la nación de ciudadanos, a la nación-étnica, a los «pueblos naturales», es un retroceso. Es abandonar el camino que nos libera de las ataduras obligatorias a una tradición, unas costumbres, ¿una raza? y que nos ata a las leyes, a la solidaridad administrada, a las libertades individuales. Los vínculos afectivos a la historia comunitaria, a la tradición, a las costumbres, existen, y son, incluso, necesarios y buenos, pero, como la religión, deben quedar en el ámbito de la vida civil y privada, fuera, en todo caso, de la gestión política, y fuera, desde luego, de la adscripción obligatoria.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016