viernes, 16 de septiembre de 2016

-MÁS TRINOS Y AFORISMOS-


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Educa la tribu, pero se educa, sobre todo, contra la tribu.

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Cuando el pensamiento echa a andar ya no puede abandonar el desierto.

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La realidad es proceso. Luego, todo medio es también fin, todo fin es también medio.

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Dioses que cargan con las penas, dioses que cargan con las culpas, ¿qué dioses amaron más a los hombres? Una cuestión nietzscheana.

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Lo inesperado acontece; pero la mutación es, casi siempre, deformación.

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La transición española quiso ser olvido y un nuevo comienzo. Pero acaso estemos condenados a la historia.

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Como el cincel sobre el mármol, el olvido.

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Si Dios no existe el círculo cuadrado sigue sin estar permitido.

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Se ha dicho: la verdad es fascista. Se ha dicho: la belleza es fascista. Resultado: Donald Trump.

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Devenir el pueblo plebe: populismo.

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Si Dios existe, todo gobierno es teocracia.

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La imposibilidad del círculo cuadrado ¿prueba que Dios existe?

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Lo público, espacio natural del ciudadano. Lo colectivo, espacio natural del etnotipo.

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Democracia sin liberalismo, totalitarismo.

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¿No es, el pensar que puedo ofender a Dios, pecado de orgullo?

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Es el perdedor quien disfruta el juego, el ganador la ganancia.

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En el desierto, el camino son los pasos sobre la arena, y lo caminado el destino.

A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2016

-BELLEZA PRIVADA-

Llega el IKEA a Valladolid, la multinacional nórdica con su implícita promesa de socialdemocracia avanzada, con sus muebles de diseño al alcance del ciudadano común, donde predomina la calidez del claro, con sus armarios de montar, con los mil detalles para cada rincón del hogar.
Llega IKEA, como cabeza de puente de todas esas multinacionales sin cuyo asentamiento seguiríamos siendo una ciudad provinciana, aun una capital provinciana, y se instala en la afueras, en el alfoz, que diría nuestro antiguo alcalde, en medio del campo.
Llega IKEA, acaba la ironía, y el hermoso paisaje castellano, esa sucesión de cerros -a veces cubiertos de pinos o encinas, a veces pelados-, y campos cultivados, se convierte en soporte de centenares de anuncios de geometría simple y colores chirriantes que, mientras esconden el horizonte, nos invitan al selectivo disfrute de adquirir todas esas mercancías que acabaríamos, igualmente, comprando.
Y así, la cálida belleza hogareña, la belleza accesible al ciudadano común, la belleza instalada en la república independiente de su casa, la democrática belleza privada, es, como si de un símbolo se tratase, tristemente compatible con el aumento de la fealdad pública, con el deterioro progresivo del entorno, con la destrucción del cuidado paisaje cultural, nacido tras siglos de trabajo del hombre sobre el territorio, con la negación de todo disfrute gratuito.

A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2016