domingo, 12 de abril de 2020

-CONQUISTADORES-
Una tendencia reciente, en este supuesto proyecto de reconciliarnos con nuestra propia historia, enfrenta las conquistas imperiales de España buscando la disculpa por vía de sembrar compasión sobre los propios conquistadores: esos pobres desgraciados, que salen de una Castilla reseca y triste, y que descargan las frustraciones de su miseria sobre otros que acabarán siendo más miserables que ellos (africanos, aborígenes americanos, filipinos, etc.).
Pero, dejando de lado el perverso juego de las víctimas y los victimarios en el que se han convertido las estrategias de poder, no se percatan, estos disculpadores, de que, con esto, están cargando sobre nuestras espaldas españolas otra culpa más terrible: nos condenan, al modo revertiano, a la ignorancia y el fanatismo. La conquista, finalmente, ni siquiera tendría la escusa de la elevación (Sepúlveda) del bárbaro al nivel de desarrollo que la civilización había alcanzado en el viejo mundo.

A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

sábado, 11 de abril de 2020

-AUTOVACIADA-
Cuelgo, aunque ahora parezca, como casi todo, un problema ajeno, una reflexión que llevaba meses madurando en el archivo privado:
Los medios de producción de víctimas y victimarios, han dirigido su atención, de un tiempo a esta parte, a la España «vaciada». Sabemos, parece, quien es la víctima. Falta por conocer el victimario. Puesto para el que se ofrecen, a la opinión pública, algunos candidatos: Madrid, «ese agujero negro que lo absorbe todo», al decir de algún titular. (Pensando, quizá, que sin su condición de capital global los jóvenes universitarios de los pueblos de la meseta alcanzarían su plenitud humana y ciudadana cultivando su «creatividad» entre los campos de trigo y los encinares). Más probable parece (pero qué tendrá que ver la lógica con un titular) que, sin ese «agujero negro», todo el interior de España se habría convertido en una Gran Soria. También podría ser culpa del capitalismo, demonio básico al que se pueden achacar todas las tentaciones. Pues tentación parece el querer vivir en entornos dinámicos o climas agradables. O de los políticos, que «no han hecho nada por nosotros». (¿Nostalgia campesina del socialismo soviético?).
Pero había escuelas en los pueblos; y la gente se fue. Había ambulatorios y carreteras; y la gente se fue. Había tierras de labranza, y ganaderías, y embalses, y subvenciones; y la gente se fue. Y atardeceres bonitos, y frío, y calor; y la gente se fue. La gente siempre se va a donde hay más gente.

A. Bugarín
Valladolid, abril-2020
(Primer mes de confinamiento)

-MODERNIDADES-
Que la historia sigue un camino marcado, la vía natural, y unilateral hacia el progreso, es idea ilustrada. Que hay progreso puede ser redundante, si progreso es lo que hay. Pero hay deseos y aspiraciones entroncados con la lógica biológica de la supervivencia. Y parece haber ciertos «hacia dónde» determinados por la existencia misma de la cultura. Pero que esa vía hacia el progreso, que la noción misma de progreso, esté determinada antes de su efectivo transcurrir, parece hoy un dogma.
Si rechazamos tal presupuesto determinista, la modernidad misma, ese otro nombre de la Ilustración, aparece como una multiplicidad de vías (paralelas, convergentes, que perviven o se desvanecen). Descubrimos, así, que, entre los siglos XVI y XIX, se fraguaron, en Europa, cuatro proyectos, balbucientes unos, más logrados otros, de modernidad. O cuatro variantes (por ser esta expresión, quizás, más precisa) del proyecto de la modernidad.
Al primer proyecto, y primero también en agotarse, nacido en el Reino de Castilla, vamos a denominarlo «comunitarismo universalista católico» (quedando, con dicho nombre, suficientemente caracterizado). En Francia nace lo que ha llegado a parecer la esencia misma del proyecto ilustrado, que se define como republicano y universalista, esto es, con pretensión de validez planetaria, pero esencialmente aristocrático, y compatible, por ello, con el elitismo cultural y la jerarquización social y aun racial. La Alemania dispersa se reúne en torno al etnicismo romántico, cristiano-moral y comunitario (luterano), que arrastrará con el tiempo, como consecuencia de su propia lógica interna, terribles implosiones. Paralelamente, y para finalizar con esta clasificación, se desarrolla, en Inglaterra y los Países Bajos, el proyecto capitalista, de raíz calvinista, que pareció destinado, en algún momento, a ser el proyecto definitivo (o el modo definitivo del proyecto), el «fin de la historia». Las interacciones, también las interacciones violentas, y en el límite la guerra, entre esos proyectos y sus núcleos directores (Huntington), prepararán, en buena medida, el devenir político del siglo XX, en el que otros proyectos de modernidad (otras variantes, ramas de ramas), aparecerán y desaparecerán del escenario histórico (que no es, obviamente, algo distinto del propio desarrollo de tales proyectos).
A. Bugarín
Valladolid, abril-2020
(Primer mes de confinamiento)