viernes, 13 de mayo de 2016

-TRINOS Y AFORISMOS-


&1
La historia es el tiempo dotado de significación, tiempo reinterpretado. En el colmo, Hegel.

&2
Ambivalencia de la sinceridad: lo que no se dice no adquiere presencia. Pero también, lo que no se dice no se gana el olvido.

&3
Probabilismo: Dios aprieta, y ahoga o no ahoga siguiendo complejos cálculos estadísticos.

&4
Retroprogresistas: su máxima aspiración es convertir a los ciudadanos en etnotipos.

&5
Configuraciones de lo humano nacidas de la dialéctica comunidad-individuo: etnotipo, siervo, súbdito, ciudadano, consumidor satisfecho (Bueno dixit), ¿plebe?

&6
El colmo de la blasfemia es hablar en nombre de Dios.

&7
Lo que dota de identidad al individuo no es la posesión de un alma, sino de un cuerpo. Mensaje para posthumanistas cibernéticos.

&8
El abismo entre lo humano y lo no humano está en la capacidad de formular una simple pregunta ¿y si...?

&9
Tolerancia, la forma suprema de la civilización, pero también, y quizá por eso mismo, la forma suprema del desprecio.

&10
Identidad del sujeto. Redundancia. Solo hay identidad si hay sujeción.

&11
Locura es pérdida de sujeción, y, por ello, de identidad.

&12
¿El desprecio es un componente de toda civilización? Pathos de la distancia, que diría Nietzsche.

&13
Antes se pudre el agua en la charca que en el océano. Lo pequeño es pequeño.

&14
Quien no olvida la historia está, acaso, condenado a la discordia.

&15
El remordimiento hizo a Dios hombre.

&16
Elogiamos la fuerza cuando está de nuestro lado, y la consideramos inmoral abuso cuando está del lado de nuestros adversarios.

& 17
Llega, otra vez, la nueva política.

A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

domingo, 8 de mayo de 2016

-ABDICACIONES-

Cuando, de nuevo, la pulsión totalitaria se instale entre nosotros, cuando el pueblo, o la gente, o las masas, decidan abdicar de sus responsabilidades personales -y cabe preguntarse si hay pueblo, o gente, o masas, sin una cierta abdicación de las responsabilidades personales-, empezando por aquellas responsabilidades que tienen los individuos para consigo mismos, cuando el discurso claudicante de los buenos y los malos, de los creyentes y los impíos, del pueblo real y el hipostasiado, en fin, del ellos o nosotros -y el orden es el que es- se instale, de nuevo, entre nosotros, no lo hará bajo las formas ya conocidas y fácilmente identificables, bajo las máscaras del fascismo, por ejemplo, arquetipo de todo totalitarismo, sino bajo otras formas; al igual que un cuerpo inmunizado cierra el paso a las viejos virus ya conocidos, pero no a los mutantes, cuando el totalitarismo, me reitero, llegue -e indicios hay de que tal cosa no es descartable-, lo hará bajo máscaras que no reconoceremos hasta que su dominio esté consumado, quien sabe, puede que, incluso, bajo alguna de las múltiples máscaras del antifascismo.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016

jueves, 5 de mayo de 2016

-EL CUERPO Y SU YO-

Oído: «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», «¡mi cuerpo es mío!». ¿Apología del individualismo y el derecho de propiedad? ¿Éxtasis liberal en su doble sentido: derechos ciudadanos y economía de mercado?
Pero, ¿qué o quién es el yo propietario? ¿quién o qué la propiedad? Pues aun el liberal concibe un sujeto que, no agotándose en su ser colectivo, tiene, sin embargo, una proyección, no muy lejana al marxiano ser genérico, en los otros. Si el liberal reniega, frecuentemente, de lo social, no lo hace, sin embargo, de lo interindividual. Su tríada capitolina incluye, junto a la libertad -del individuo-, la igualdad -ante la ley-, y la fraternidad -para con los otros-. ¿Pues acaso mi anulación como sujeto, y mi anulación suprema, mi muerte -permítasenos obviar la posible precipitación de este enunciado, pues acaso haya formas de anulación más terminantes que la muerte-, no supone una escisión, vivida como dolor, en quienes me sienten como cosa propia?
Retomemos la pregunta: ¿qué o quién es el yo propietario? ¿Y si el yo no fuese el propietario sino la propiedad? Pues todo apunta -un todo que incluye aportaciones de la neurología, la psicología y la filosofía de la mente- a que, eso que denominamos yo, no es sino un tomar conciencia el cuerpo -un cuerpo que siente y piensa, o siente pensando, o piensa sintiendo- de sí mismo, de sus propios estados, de sus propias decisiones.
Un cuerpo que se constituye -como la partícula sumergida que encuentra su ruta de choque en choque-, en sujeto ante otros sujetos; y, con el nacimiento de la filosofía -esa escisión en el cuerpo colectivo que el mito alumbra-, en sujeto racionalmente autónomo. Y es ese sujeto racionalmente autónomo, redescubierto y extendido en la modernidad, el que configura el moderno Estado de derecho -donde derecho significa la protección legal de ese individuo racionalmente autónomo, pues otra cosa sería redundancia-, y el que da fundamento a la idea misma de dignidad, base de toda la ética contemporánea.
Y es entonces cuando adquiere sentido gritar: «¡mi cuerpo es mío!», «¡en mi coño mando yo!», «¡en mi útero mando yo!», como expresión, metáfora, o reivindicación, de esa autonomía racional; que, no obstante, no libera al individuo de su responsabilidad ante los otros, para con los otros; no es fundamento de autodeterminación, posible solo para la sustancia infinita, sino de codeterminación.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2016