jueves, 12 de octubre de 2017

-CATALANES-
Vísperas de las elecciones del 2015. Un destacado periodista de un diario de la «izquierda» se felicita públicamente por el previsible éxito electoral de Podemos, en razón de que «por fin los catalanes van a tener un amigo en el Parlamento español». Esa «izquierda», indistinguible de los nacionalismos periféricos, como queda claro por el argumento de su felicitación y razón última de nuestras comillas, usa «catalanes» como Franco usaba «españoles»: en plural segregador.
A. Bugarín
Valladolid, diciembre-2015

 

miércoles, 11 de octubre de 2017

-ASIMÉTRICA DISTANCIA-

Alaban, esto días, unos, y abominan de, otros, la equidistancia. Pero, como en la relación que entre sí mantienen los vértices de un triángulo isósceles, se puede estar a desigual distancia de dos posiciones dadas; o, como en la relación que entre sí mantienen los vértices de un triángulo escaleno, acaso sea necesario estar a desigual distancia de dos posiciones dadas.
A. Bugarín
Valladolid, octubre-2017

martes, 3 de octubre de 2017

-SENTIR VERGÜENZA-

Algún día, cuando vuestro relato se caiga, ya sea de viejo o de agotamiento -pues todo se cae al final de viejo o de agotamiento-, serán vuestros nietos quienes sientan vergüenza.
Cuando descubran, cómo una región próspera situada en un país privilegiado, que formaba parte del primer mundo, con todo lo que eso implica en servicios, seguridades y libertades, se dejó seducir por un personaje mezquino y corrupto, que logró -ante la pasividad de la izquierda, acomplejada por su incapacidad de hacer las paces con el modelo de Estado que sus dirigentes pusieron en marcha, y el analfabetismo político, cuando no cosas peores, de la derecha «nacional»-, impregnar de resentimiento burgués -según el cual los pobres son los culpables de que los ricos no sean más ricos-, a toda una comunidad; lo que acabó, finalmente, desatando un golpe de estado insurreccional contra una democracia abierta y tolerante, contra un país que ama la paz hasta el extremo de la cobardía.
Descubrirán, entonces, como la casta política y cultural que acompañó a ese personaje, creó un relato en el que los culpables de todos los males del «pueblo catalán» eran siempre otros (eso tan satisfactorio), en el que se rastrea la historia en busca de toda afrenta, en el que, en caso de duda, se emplea siempre la interpretación más favorable a nuestros intereses, la más desfavorable al «enemigo»; en el que funciona la dialéctica amigo-enemigo. Descubrirán como cada cesión de la soberanía compartida era recibida como un acto de humillación, como una muestra más de la opresión del «Estado».
Descubrirán, como aquellos de sus abuelos que lideraban ese resentimiento burgués, clase privilegiada de una región privilegiada dentro de un Estado privilegiado, se presentaban, sin rubor alguno, sin carcajadas entre el público, como la encarnación de Nelson Mandela, de Rosa Parks, de Martin Luther King.
Descubrirán que sus abuelos decidieron rebelarse contra el franquismo, cuarenta años después de muerto Franco. ¡Esos héroes!
Mas, de momento, venceréis, quizá, no porque os asista el derecho, sino por un acto de fuerza -¡cómo no recordar estos días la Marcha sobre Roma!-, en un mundo infantilizado -no es que hubiera muchos niños en la calle el uno de octubre: todos eran niños-, y en el que la violencia física de la policía -escasa, dadas las circunstancias, entre las cuales no es la menor la traición de los mossos, esa ejemplar policía patriótica que disuelve a manifestantes y concentrados, por ejemplo en la huelga del 14 de noviembre del 2012, azotándolos con jazmines- se retrasmite con la velocidad de la luz, mientras se ignora, porque no se ve, la violencia soterrada, y a veces no tan soterrada, ejercida durante décadas contra el que no aceptaba el relato dominante.
Venceréis, quizá habéis vencido ya -pero recordad que las victorias presentes son, a veces, derrotas futuras-, porque habéis sabido mimetizaros como nadie con las tendencias dominantes en este primer tercio de siglo: nacionalismo, banalidad, posverdad.
(Y, aquí y ahora, más vergüenza, nuestra propia vergüenza: ¿quién organizó el contragolpe del domingo que no ha dimitido ya?, ¿quién es responsable de semejante chapuza?, ¿quien envió a la policía nacional y a la guardia civil a esa encerrona?, ¿quién desconoce de tal manera los mecanismos de las guerras simbólicas actuales?. Sí, otras muchas vergüenzas).
A. Bugarín
Valladolid, octubre-2017

domingo, 1 de octubre de 2017

-PENSAR, INSTAURAR-

Los mantras no dicen pero establecen, su objetivo es producir un cierto estado mental. Que los mantras hayan surgido en Oriente forma parte de la lógica profunda de las cosas. Y es acaso un símbolo de la diferencia entre el modo oriental y el occidental de estar en el mundo. Las «filosofías» orientales son instauradoras. Al acatarlas uno penetra en un sistema de acogida que configura la realidad bajo una forma definitiva. La filosofía «occidental» es dialéctica, y, por ello, histórica. Al penetrar en un sistema filosófico occidental uno se encuentra con un instrumento para enfrentarse con la realidad y con otros sistemas de pensamiento.
Pero de un tiempo a esta parte, tal vez debido al tan denostado, por unos, o celebrado, por otros, proceso de globalización, aparecen en escena híbridos extraños. Encontramos en Occidente, e insertadas en la estrategia política particular, formas de pensamiento instauradoras, a modo de mantras, sustraídos al debate, pero carentes de esa cosmovisión espiritual y definitiva que acompañaba al pensamiento oriental.
Uno de esos mantras es «derecho a decidir». ¿Quién puede negar un derecho? ¿Quién puede oponerse a decidir? Solo los malos, la mala gente. (Frente a esa buena gente que exhibe sus sentimientos como un sistema de legitimación -tras haber establecido, obviamente, cuáles son los sentimientos que está permitido tener-. Mis sentimientos son Catalunya. O ¿Catalunya es mis sentimientos?).
Pero, esperando que el modo occidental de pensar, que problematiza y trae a la plaza pública, para ser debatido, todo proyecto, especialmente todo proyecto político, no haya muerto del todo, cabe preguntar: ¿Instaura la palabra derecho un derecho? ¿Se puede, y se debe, decidir sobre cualquier cosa? Cuando la decisión choca con otra decisión ¿quién decide?
(Y, sí, también es un mantra la apelación continua a «la ley», como si la mención reiterada de la palabra ley instaurase ley).
A. Bugarín
Valladolid, octubre-2017