miércoles, 20 de mayo de 2020

-TRINOS Y AFORISMOS (OCHO)-
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Incoherencias: es correcto, y legítimo (lo que, en este contexto, significa simplemente que es lógicamente posible) imaginar, y aun construir, un individuo no adiestrado para el autocontrol, la producción y el consumo. Pero no es correcto (por ser materialmente, y por lo tanto racionalmente, imposible) plantear una sociedad en la que los individuos no sean adiestrados para tales fines y pretender, al mismo tiempo, el nivel de bienestar material de las sociedades en las que abundan tal tipo de individuos.

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Multicapitalismo: respeto a todas las culturas e identidades; que el dinero circule libremente.

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Contrafácticos: el mundo factual es uno, los posibles innumerables. (Lo real tiene la densidad de lo sólido, lo posible el carácter expansivo del gas).

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Cada interpretación es un hecho.

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La felicidad no es algo sustantivo, sino un estado que acompaña a otras cosas, y, quizás, una nostalgia.

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Paradoja: no hay verdadera sumisión si no es voluntaria. (Y al revés claro, solo cuando es voluntaria hay verdadera sumisión).

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Una justificación del mal: el último recurso, a veces, para soportar la banalidad.

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La incapacidad para convivir con la anomalía se resuelve: (1) Suprimiendo al sujeto anómalo. (2) Negando la normalidad.

A. Bugarín
Valladolid, mayo-2020


-RISAS-

Que ya no sea tolerable hacer chistes de gangosos y «mariquitas» pareció un logro de la estética, y no solo de la corrección política. Pero la invitación al chascarrillo dirigido y soez no ha abandonado los espacios de entretenimiento «humorístico» que nos administran los «medios de comunicación social». Ahora el gesto disfrazado de ingenio, la burla mecánica que juega con estereotipos, presupone el sectarismo político, igual que antes el machismo paleto (mentar al PP, al rey -«el Borbón»- o a la bandera). Chabacanería con pedigrí, chabacanería de «izquierdas». (Y la izquierda misma es hoy un estereotipo).
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2020
 

sábado, 16 de mayo de 2020

-ENCUBRIMIENTOS-
Se ha convertido, desde hace ya tiempo, en un recurso crítico de muchos intelectuales latinoamericanos, la apelación al «encubrimiento» de lo «indio», lo «aborigen», lo «originario», lo «otro», producido, supuestamente, por la «conquista», la «invasión», el «encontronazo», el «choque», o cómo queramos denominarle, que siguieron a la arribada de los españoles a eso que, después, fue América, como explicación de todos los males que aquejan a los «pueblos» que configuran las naciones en las que ejercen su crítica.
(Otros, más banales, se limitan, en un ejercicio de sabiduría infantil, a negar el descubrimiento con el argumento de que allí ya había gentes antes de la mencionada «arribada», ignorando que un descubrimiento geográfico no es un mero llegar, sino que presupone una geografía, y por ello un cierto grado de desarrollo técnico y científico).
Pero encubrimiento implica existencia de una realidad que se oculta, que se cubre, y, dado que, desde hace al menos medio siglo, la literatura sobre tal encubrimiento no cesa, no acertamos a entender, suponiendo que no se trate de alguna hermenéutica heideggeriana, cómo pueda estar cubierto o encubierto aquello de lo que no deja de hablarse, salvo que se quiera decir, que, tras la «conquista», «invasión», «encontronazo», «choque», etc., un mundo dejó de existir, para ser sustituido por otro, cosa que es fácilmente constatable sin necesidad de ejercicio extraordinario alguno de análisis, y que está detrás de la existencia misma de los mencionados «intelectuales» y de los países y sociedades en que ejercen su «crítica».
Pero no hay, entonces, encubrimiento, sino construcción de algo nuevo a partir de materiales previos, la liquidación de un proyecto, si queremos llamarle así, o de múltiples proyectos, que quedan reabsorbidos y reorientados en el proyecto imperial hispánico, o universal católico, el cual, en este proceso, también se reorienta y transforma dando origen a algo que hubiera sido impensable unas décadas antes del proceso en cuestión; sin que esto niegue, claro, que en ese «choque» la reorientación no afectó a todos los proyectos previos de la misma manera, con la misma intensidad, al igual que en el choque de dos cuerpos sus trayectorias son modificadas pero en un grado mayor la del cuerpo cuya masa o velocidad previa era menor; y sin negar tampoco, claro es, que todo choque, conquista, invasión, etc., es un ejercicio de violencia, con el consiguiente grado de sufrimiento cuando los sujetos de este proceso son seres sentientes, conscientes y racionales.
Y, sin embargo, sí hay encubrimiento, el del imperio español, de la Monarquía Hispánica, de los virreinatos americanos, que, en tres o cuatro siglos de existencia según los casos (tiempo datado de existencia mayor que el de casi todos los pueblos precedentes) modelaron un continente; siendo tan largo y productivo, en todos los órdenes, periodo histórico, escondido por las élites de los movimientos secesionistas o independentistas, que buscaban, con ello, legitimar su poder apropiándose del sufrimiento real o representado de otros, los «aborígenes» americanos, los pueblos «originarios», mientras mantenían a estos otros, ahora sí, excluidos -exclusión que llegó a ser, en algunos casos, exterminio planificado- de toda participación en los nuevos proyectos republicanos, y en la que, en gran medida, sus descendientes permanecen.
Pero, si los citados desencubridores, buscan negar legitimidad al proyecto imperial hispánico, al proyecto universal católico (valga la redundancia), virreinal, para instaurar en su lugar la de aquellos proyectos previos encubiertos, no vemos cómo tal contrafáctica propuesta podría realizarse, a no ser como puro ejercicio literario, o como culpable autonegación, de la que no hay que descartar su posible incidencia en tanto actual fracaso, esas venas abiertas que delatan al suicida.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2020

viernes, 1 de mayo de 2020

-APROPIACIÓN 3-
Las estrategias de poder contemporáneas, al menos en el ámbito de la civilización cristiano-occidental (y lo de cristiano no es prescindible) responden a una lógica subyacente cuyas reglas podemos resumir así:
(1) El orden moral se sustenta en la condición de víctima del sujeto (Cristo crucificado).
(2) El orden moral, y solo el orden moral, legitima el poder.
(3) Poder implica dominio; luego, el ejercicio del poder es incompatible con la condición de víctima.
(4) En consecuencia, la legitimación del poder requiere la apropiación de la condición de víctima, una victimización representada (la víctima real está excluida, por definición, del poder). Para lograr tal objetivo es necesario, en primer lugar, la colectivización del individuo: uno se define por su pertenencia a un grupo. El grupo se constituye, a su vez, a partir de la elección de un rasgo identitario: aquel que permita aprovechar todo el potencial victimista. Finalmente viene la apropiación propiamente dicha, que sigue un proceso silogístico: el grupo X, ha sido oprimido en el pasado, o sigue oprimido actualmente; yo pertenezco al grupo X; luego, yo soy una víctima, un oprimido; luego, estoy en posesión de la legitimidad moral para ejercer poder (político, social, cultural, etc.).
Esta estrategia solo ha podido triunfar a partir de la rebelión protestante y su moralización del cristianismo. La nobleza del mundo germánico y los países bajos la empleó en su legitimación frente al imperio español. Aprendido el truco fue empleado por los criollos americanos que se apropiaron sin pudor del sufrimiento, real o representado, de los aborígenes americanos para legitimarse frente al poder Real. Y llega a nuestros días. Las clases burguesas afroamericanas de EEUU esgrimen su condición de víctimas frente a los blancos. Las mujeres burguesas blancas su condición de víctimas frente a los varones. Los varones blancos homosexuales su condición de víctimas frente a los heterosexuales. Los varones burgueses heterosexuales blancos catalanes su condición de víctimas frente a los españoles o hispanohablantes. Etc.
Consecuencias:
(1) La concepción republicana del Estado y el orden social, se ha quedado, entretanto, por el camino.
(2) Se constituye el sujeto populista, que sigue la secuencia: infantilización (modo de comunicación paralela, Berne, donde no cabía esperarla -¿la deconstrucción masculina era eso? ¿abandonar al adulto para que aflore el niño?-), irresponsabilidad (otro tiene la culpa), aplebeyamiento (el pueblo reducido a plebe), caudillismo (un sujeto señalado encarna esa desazón representada).
A. Bugarín
Valladolid, Mayo-2020