martes, 7 de noviembre de 2017

-PSICOPOLÍTICA-

Banderas. Banderas en los balcones, banderas en las calles, banderas desplegadas en cada ocasión... Llamas encendidas al anochecer..., e himnos. Medios de comunicación públicos y subvencionados compartiendo titulares al servicio de la única causa. Niños educados para que hablen la lengua correcta, no la suya, y se sumen al feliz acontecimiento de la plenitud patriótica. Volkgeist. Un solo pueblo. Y todo esto, dicen, para combatir el franquismo, falsamente enterrado con el «régimen», dicen también, del 78.
Freud: mecanismos de proyección.
A. Bugarín
Valladolid, noviembre-2017

domingo, 5 de noviembre de 2017

-REPÚBLICA DEL 78-

Supongamos -ya que la capacidad de pensar en términos hipotéticos es un señalado rasgo de la inteligencia humana-, que, tras la muerte de Franco, no hay pacto de la corona, no hay transición «de ley a ley». Supongamos que sindicatos de clase, partidos de izquierdas y algún grupo nacionalista, trabajan decididamente por el advenimiento de la república, y que, después de un periodo asumible de manifestaciones y revueltas, con, quizá, algún muerto de por medio, hay ruptura, no solo de facto, pues todo hecho exige interpretación, sino también simbólica.
En tal hipotética circunstancia, bien una asamblea constituyente, bien un gobierno provisional -de los que, para seguir con nuestra conjetura, no es necesario señalar cómo hayan sido instaurados-, tendrán que poner en marcha la elaboración de una constitución democrática.
Consideraremos probable que, en tal caso, los partidos políticos que lideraron en su momento la oposición a la dictadura, y aquellos surgidos para dar representatividad a las nuevas fuerzas sociales, señalen a quienes han de participar en el desarrollo de la ley de leyes. Así, el PSOE, en el que recalará buena parte de la izquierda antes radical, podría recurrir a alguno de sus prestigiosos catedráticos de filosofía del derecho, pongamos, por ejemplo, Gregorio Peces Barba. Jordi Solé Tura, que reúne en su persona la sólida formación intelectual, la proximidad a las tesis del eurocomunismo y la condición de militante del PSUC, podría ser un buen candidato del PCE. La burguesía nacionalista catalana, agrupada en torno a algo parecido a CiU, enviaría, para defender sus intereses, a algún jurista ideológicamente próximo: tal Miquel Roca Junyent. La derecha española, de dudoso republicanismo, pero obligada a condescender con las circunstancias, podría presentar, para tan señalado cometido, a Gabriel Cisneros, Miguel Herrero de Miñón, o José Pedro Pérez Llorca. Y, en un intento de atraerse a los sectores más recalcitrantemente franquistas, la joven república puede estar tentada de solicitar la colaboración de algún simbólico representante de la fuerzas del viejo régimen, tampoco especialmente entusiastas de la alternativa borbónica: Manuel Fraga Iribarne, antiguo ministro franquista, que se había autoposicionado, no obstante, como reformista, y de quien se dice que tiene el Estado en la cabeza, podría ser la opción adecuada para esta misión.
Sentados tales próceres de la incipiente III república española ante la mesa de negociaciones, y sean cuales fueren sus posiciones iniciales, no podrían, en ningún caso, y dada la realidad social y económica en la que se encuentran instalados, comenzar la redacción de la Constitución republicana, de otro modo que así: España se constituye en un Estado social y democrático de derecho.
Establecida esta premisa, la redacción de la mentada Constitución se verá necesariamente impelida a discurrir por los mismos cauces por los que, de hecho, históricamente, ha discurrido. Con tres salvedades:
La Jefatura del Estado será elegida por votación popular directa.
La bandera representativa de la nueva España republicana será la tricolor.
Dado que, tras la ruptura simbólica, el nuevo poder constituyente no arrastra los complejos de aquel salido de la transición desde el franquismo, y dado el recuerdo de cómo terminaron los anteriores intentos, la nueva república no admitirá la propuesta nacionalista de diferenciar entre nacionalidades y regiones. No hay más nación que la República española, ni más nacionalidad que la pertenencia a tal nación.
A. Bugarín
Valladolid, noviembre-2017