martes, 26 de marzo de 2019

-HISTORIA-
La petición del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dirigida a Felipe VI, Jefe del Estado español, y al papa Francisco, cabeza de la Iglesia católica, instándoles a «hacer un relatorio de lo sucedido» en la conquista de «México», y a pedir disculpas a los «pueblos originarios» por los abusos cometidos durante la mencionada conquista, ha suscitado las paulovianas respuestas del mundo político y periodístico español que cabía esperar (tales, cuales, la del señor Pérez Reverte, ¡vaya!, insultando al presidente mexicano, las de representantes señalados de las «derechas», esa vieja y, al parecer, inevitable clasificación, aprovechando para vender su habitual patriotismo folclórico, o la de voces eminentes de Podemos, el obligado enemigo interior, siempre dispuestos a compartir cualesquiera potenciales críticas a España).
Con todo, convendría recordar, en esta época de pensamiento tuitero y coces 2.0., que:

(1) La Conquista no fue un juego simple de bandos moral y étnicamente definidos. En la conquista de Tenochtitlán, y del conjunto del Imperio azteca -que no de México porque México nació de la fragmentación de la Monarquía Hispánica-, participó Cortés con sus soldados españoles; pero participaron, también, totonacas, tlaxcaltecas y otros pueblos mesoamericanos (sometidos hasta entonces, con violencia, como todo sometimiento, a los aztecas).

(2) La Monarquía Hispánica buscó siempre, y en eso reside su peculiaridad histórica, una legitimación moral para la Conquista (en una moral que, en aquel momento y contexto, no podía más que ser católica, en todo su sentido, religiosa y universal), y, por ello, asumió, desde el primer momento, culpas y responsabilidades del único modo efectivo, y no retórico, que podía hacerlo: dando voz a los críticos (Bartolomé de las Casas no fue un perseguido, sino el permanente invitado de los poderes e instituciones imperiales), tratando de corregir errores y crímenes conforme se iban denunciando, legislando.
(3) No se pueden juzgar los fenómenos saltando por encima de la historia, pues: s(a) El presente es lo que es debido, también, a los «errores» del pasado. (Suprimir ese pasado significaría, entre otras cosas, suprimir a los críticos de ese pasado; no dice la verdad el jeremíaco, «los españoles "nos" conquistaron», sino el, históricamente más correcto, «los españoles "nos" hicieron»). (b) Adoptar tal actitud por principio nos convertiría en inevitables condenados futuros. (Pues siempre cabe la posibilidad de que decisiones que, ahora mismo, constituyen norma legal y moral, sean, moral y legalmente, condenables bajo otros proyectos vitales. No es descartable, por ejemplo, que el triunfo universal de una moral vegana y animalista sancione, como genocidas, la habitual, para nosotros, cría y muerte de animales para consumo humano).
(4) En aras de las honestidad intelectual el relatorio no podría tener límites determinados previamente por los intereses del actual poder criollo mexicano (siempre predispuesto a aprovecharse del sufrimiento ajeno, real o políticamente recreado, para su propia legitimación) circunscribiéndose a la intervención concreta de los españoles en la conquista; debería, por lo tanto, extenderse hacia el pasado (la conquista azteca de Valle de México y el sometimiento de esos pueblos tan determinantes en su caía final), y hacia el futuro (el trato dado por el México independiente a los «pueblos originarios», relativamente acomodados, para entonces, al entorno legal de la Monarquía Hispánica).
Dicho esto, tampoco sería una mala idea, desde el punto de vista de la pura estrategia política, y pensando en un mundo en el que las alianzas globales van a ser determinantes en el papel que puedan jugar los diversos países (Cortés, tratando de ganarse a Moctezuma para su proyecto de conquistar China -si es cierto que en su cabeza bullía esta estrategia-, brilla, todavía hoy, frente al pensamiento tópico y unidireccional de nuestra dirigencia), tomar la petición del Sr. López Obrador como una invitación a la reflexión conjunta, en la que puedan ponerse sobre la mesa hechos, interpretaciones, intereses, proyectos de futuro, etc., como paso para una necesaria catarsis que acaso pudiese llevar a los españoles a reconciliarse con su propia historia (que también es historia de México), y a los mexicanos a reconciliarse con la suya (que también es española), y así, crear las condiciones psicológicas necesarias para facilitar tales futuras alianzas.
A. Bugarín
Valladolid, marzo-2019

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