miércoles, 3 de febrero de 2016

-FILOSOFÍA Y CIUDADANÍA-

La filosofía hace su aparición en el siglo VI a. C. Y hace su aparición en forma de un saber que se envuelve, todavía, bajo el ropaje del pensamiento mítico, bajo el ropaje de la revelación. Así, en su Poema, Parménides nos trasmite las palabras de la diosa que nos invitan a seguir el camino de la verdad, es decir, del desvelamiento, del descubrimiento, que nos conduce a lo eterno e inmutable, a lo que siempre es, al ser, de un modo semejante a como, en el oráculo de Delfos, la Pitonisa vocea, como altavoz privilegiado, las palabras del dios, que nos desvelan, que nos descubren, el Destino, naturalmente velado, naturalmente cubierto.
Siglo y medio más tarde, la filosofía se había instalado en la plaza pública, especialmente en la plaza pública ateniense, bajo un manto ya totalmente laico, y aun laicista, coincidiendo, ¿mera coincidencia?, en el tiempo, con la ocupación del ágora por el ciudadano, convertido en sujeto político.
Se difumina Grecia y la filosofía inicia su particular viaje al Hades, sobreviviendo como una sombra en las escuelas primero, y como sierva de la teología después.
Pero, como Orfeo, regresa paulatinamente al mundo de los vivos. Ockham, sin querer, Bacon, Suárez, Descartes y otros, no sabemos si queriendo, rompen las ataduras teológicas. Y los humanos merecieron, de nuevo, la autonomía racional, en precisa expresión kantiana. Y, otra vez, el sujeto político se hizo ciudadano, individuo racionalmente autónomo, capaz, por ello, de gobernarse a sí mismo, y de dirigirse, por sí mismo, a otros ciudadanos.
Y cabe preguntarse si hay aquí conexión necesaria o simple casualidad.
A. Bugarín
Valladolid, febrero-2016

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