-A VUELTAS, DE NUEVO, CON LO REPUBLICANO-
Es sabido que los
antiguos griegos se decían libres por estar sometidos a la ley, y no a otros
hombres. Y, con todas las consideraciones que sea preciso hacer, y salvando las
distancias que sea preciso salvar, podríamos estar tentados de ver en esta
actitud el origen de la concepción republicana del Estado, en la que el orden
institucional, es decir, la ley, fija el grado de libertad con el que pueden desenvolverse
los individuos en un espacio compartido (autoconstituyéndose, así, como
ciudadanos).
Pero, por razones
que habrá que analizar, o que acaso estén ya sobradamente analizadas, nos
encontramos, de un tiempo a esta parte, en los viejos o nuevos Estados «republicanos»,
que el poder (¿político?) habla, como en otros tiempos, por la boca de un
individuo señalado, tras reducir al pueblo a vocero de su relato.
Podría, en este
caso, darse la paradoja, de que el republicanismo sobreviviese -en el supuesto
de que algún atisbo de política pueda todavía sobrevivir en la sociedad de «emprendedores»
y consumidores-, bajo la forma monárquica, en la medida en que en el régimen
monárquico, hablamos claro está de las monarquías parlamentarias, el sujeto
señalado es, él mismo, la institución, vocero de la institución. (Adquiriendo,
de esa forma, la expresión «república coronada» pleno sentido).
(Nota: cierto,
quizá lo suyo fuese la desaparición del sujeto señalado, pretensión que, no
obstante, no invalida el anterior argumentario).
A. Bugarín
Valladolid, diciembre-2017
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