lunes, 11 de diciembre de 2017

-A VUELTAS, DE NUEVO, CON LO REPUBLICANO-

Es sabido que los antiguos griegos se decían libres por estar sometidos a la ley, y no a otros hombres. Y, con todas las consideraciones que sea preciso hacer, y salvando las distancias que sea preciso salvar, podríamos estar tentados de ver en esta actitud el origen de la concepción republicana del Estado, en la que el orden institucional, es decir, la ley, fija el grado de libertad con el que pueden desenvolverse los individuos en un espacio compartido (autoconstituyéndose, así, como ciudadanos).
Pero, por razones que habrá que analizar, o que acaso estén ya sobradamente analizadas, nos encontramos, de un tiempo a esta parte, en los viejos o nuevos Estados «republicanos», que el poder (¿político?) habla, como en otros tiempos, por la boca de un individuo señalado, tras reducir al pueblo a vocero de su relato.
Podría, en este caso, darse la paradoja, de que el republicanismo sobreviviese -en el supuesto de que algún atisbo de política pueda todavía sobrevivir en la sociedad de «emprendedores» y consumidores-, bajo la forma monárquica, en la medida en que en el régimen monárquico, hablamos claro está de las monarquías parlamentarias, el sujeto señalado es, él mismo, la institución, vocero de la institución. (Adquiriendo, de esa forma, la expresión «república coronada» pleno sentido).
(Nota: cierto, quizá lo suyo fuese la desaparición del sujeto señalado, pretensión que, no obstante, no invalida el anterior argumentario).
A. Bugarín
Valladolid, diciembre-2017

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