sábado, 16 de mayo de 2020

-ENCUBRIMIENTOS-
Se ha convertido, desde hace ya tiempo, en un recurso crítico de muchos intelectuales latinoamericanos, la apelación al «encubrimiento» de lo «indio», lo «aborigen», lo «originario», lo «otro», producido, supuestamente, por la «conquista», la «invasión», el «encontronazo», el «choque», o cómo queramos denominarle, que siguieron a la arribada de los españoles a eso que, después, fue América, como explicación de todos los males que aquejan a los «pueblos» que configuran las naciones en las que ejercen su crítica.
(Otros, más banales, se limitan, en un ejercicio de sabiduría infantil, a negar el descubrimiento con el argumento de que allí ya había gentes antes de la mencionada «arribada», ignorando que un descubrimiento geográfico no es un mero llegar, sino que presupone una geografía, y por ello un cierto grado de desarrollo técnico y científico).
Pero encubrimiento implica existencia de una realidad que se oculta, que se cubre, y, dado que, desde hace al menos medio siglo, la literatura sobre tal encubrimiento no cesa, no acertamos a entender, suponiendo que no se trate de alguna hermenéutica heideggeriana, cómo pueda estar cubierto o encubierto aquello de lo que no deja de hablarse, salvo que se quiera decir, que, tras la «conquista», «invasión», «encontronazo», «choque», etc., un mundo dejó de existir, para ser sustituido por otro, cosa que es fácilmente constatable sin necesidad de ejercicio extraordinario alguno de análisis, y que está detrás de la existencia misma de los mencionados «intelectuales» y de los países y sociedades en que ejercen su «crítica».
Pero no hay, entonces, encubrimiento, sino construcción de algo nuevo a partir de materiales previos, la liquidación de un proyecto, si queremos llamarle así, o de múltiples proyectos, que quedan reabsorbidos y reorientados en el proyecto imperial hispánico, o universal católico, el cual, en este proceso, también se reorienta y transforma dando origen a algo que hubiera sido impensable unas décadas antes del proceso en cuestión; sin que esto niegue, claro, que en ese «choque» la reorientación no afectó a todos los proyectos previos de la misma manera, con la misma intensidad, al igual que en el choque de dos cuerpos sus trayectorias son modificadas pero en un grado mayor la del cuerpo cuya masa o velocidad previa era menor; y sin negar tampoco, claro es, que todo choque, conquista, invasión, etc., es un ejercicio de violencia, con el consiguiente grado de sufrimiento cuando los sujetos de este proceso son seres sentientes, conscientes y racionales.
Y, sin embargo, sí hay encubrimiento, el del imperio español, de la Monarquía Hispánica, de los virreinatos americanos, que, en tres o cuatro siglos de existencia según los casos (tiempo datado de existencia mayor que el de casi todos los pueblos precedentes) modelaron un continente; siendo tan largo y productivo, en todos los órdenes, periodo histórico, escondido por las élites de los movimientos secesionistas o independentistas, que buscaban, con ello, legitimar su poder apropiándose del sufrimiento real o representado de otros, los «aborígenes» americanos, los pueblos «originarios», mientras mantenían a estos otros, ahora sí, excluidos -exclusión que llegó a ser, en algunos casos, exterminio planificado- de toda participación en los nuevos proyectos republicanos, y en la que, en gran medida, sus descendientes permanecen.
Pero, si los citados desencubridores, buscan negar legitimidad al proyecto imperial hispánico, al proyecto universal católico (valga la redundancia), virreinal, para instaurar en su lugar la de aquellos proyectos previos encubiertos, no vemos cómo tal contrafáctica propuesta podría realizarse, a no ser como puro ejercicio literario, o como culpable autonegación, de la que no hay que descartar su posible incidencia en tanto actual fracaso, esas venas abiertas que delatan al suicida.
A. Bugarín
Valladolid, mayo-2020

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