jueves, 21 de septiembre de 2017

-GAUCHE BANAL-

Ciertamente se pudo, entonces, instaurar una república. Pero las élites dirigentes de aquella izquierda -quizá porque para unos, en tanto comunistas, rama socialismo soviético, toda democracia burguesa es igualmente despreciable, quizá porque para otros, en tanto socialdemócratas acomodados, siempre es mejor un pacto mediocre que una batalla incierta, quizás porque nadie, en aquella clase media tardofranquista, estaba dispuesto a arriesgar el estatus por una mera cuestión de nombres, quizá por otras causas, externas al país o internas-, decidieron mantener la monarquía bajo la forma parlamentaria; que no deja, después de todo, de ser una forma republicana, una, Jorge de Esteban, república coronada (pues lo republicano no está en quién sea y cómo se elija al Jefe de Estado, sino en quién sea y cómo sea el pueblo).
Pero en esta modernidad tardía, posmodernidad al decir de otros, en la que los viejos se disfrazan de adolescentes, y juegan a la revolución, con el plan de pensiones garantizado, y los jóvenes a una versión virtual y sin sangre de Juego de Tronos, todo es ya símbolo, y guerra incruenta de símbolos. Mientras, las auténticas decisiones se toman en otra parte, en otra parte están las emociones verdaderas, y en otra parte se construye el futuro. Y es que el pensamiento exige sacrificio, y no da garantías, la vida se hace larga, y en algo hay que entretener la espera.
(Y, para decirlo todo, ciertamente, haber instaurado, entonces, una república, hubiera supuesto un cambio: la izquierda habría tenido menos problemas para asumir la identidad española. Eso es todo. Una guerra simbólica perdida por los unionistas).

A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2017

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