jueves, 21 de septiembre de 2017

-ESTE MARX-

En La filosofía de El capital, Felipe Martínez Marzoa presenta una posible lectura de Marx, centrada en el Marx de la crítica de la economía política, el Marx que somete a un despiadado análisis la sociedad moderna, también denominada «sociedad burguesa» o «modo de producción capitalista».
Esta lectura nos muestra un Marx enterrado en la historia, o sea, en la misma sociedad que analiza, y que habla desde las categorías filosóficas, políticas, jurídicas y económicas generadas por esa misma sociedad burguesa. Otra cosa, el intento de hablar desde una perspectiva suprahistórica, acaso desde la perspectiva de la naturaleza humana, solo podría ser ideología (pues lo que sea naturaleza humana es, también, una determinación histórica, disfrazada bajo el manto de lo eterno, de lo no libre).
Y habla, ese Marx, desde dentro de la sociedad moderna para mostrar cómo esta incumple aquello que promete: igualdad, libertad, ciencia; en definitiva, república democrática.
Pues, bajo el modo capitalista de producción, igualdad significa igual disposición para la enajenación de mercancías, y libertad significa libre intercambio de mercancías en el mercado. Pero las mercancías aparecen apropiadas por la burguesía, dejando, como única posibilidad, al trabajador, la enajenación de su propio trabajo -convertido, también, en mercancía-, objetivándose periódicamente, a sí mismo, en una negación rutinaria de su propio ser libre.
Y, bajo el sistema capitalista de producción, la ciencia deviene ausencia de planificación económica consciente (quedando esta en manos de los conflictos de intereses y las crisis periódicas).
Y, en definitiva, bajo el modo capitalista de producción, la república democrática deviene sistema de garantías para la forma burguesa de propiedad.
Pero solo existe incumplimiento de lo prometido porque hay promesa, generada por el sistema, interna al sistema; solo existe posibilidad de crítica al sistema con las categorías generadas por el propio sistema. Es, por lo tanto, y en cualquier caso, el sistema -es decir, la sociedad moderna, el modo capitalista de producción-, el que genera las condiciones para su propia superación, que no es su destrucción, sino su cumplimiento.
Este Marx abre interesantes perspectivas; abre, especialmente, la posibilidad de volver a debatir con el marxismo, del que el socialismo soviético, el maoísmo, y otros intérpretes ya caídos, habían hecho una lectura totalitaria, aquella que clausura el pensamiento, reducido a un acto de fe, que es siempre sumisión. Es, con este Marx, con el que, todavía hoy, se puede dialogar, con el que, posiblemente hoy más que nunca, se pueda dialogar.
Pero la izquierda reaccionaria, aun la que se dice marxista, se ha propuesto combatir la sociedad moderna, la república democrática (que acaso tenga la forma de república coronada), el modo capitalista de producción, para reinstaurar una caricatura del capitalismo, un capitalismo sin garantías -en el que la algarada puntual y acaudillada se convierte en sucedáneo de democracia, y el poder político no representativo y, por ello, carente de responsabilidad personal, pueda intervenir arbitrariamente en los mecanismos de la justicia y de la producción-, como si ello acercase lo más mínimo a aquel orden social que, bajo el nombre de socialismo, habría de unir ciencia y democracia, es decir, ciencia, libertad e igualdad. Y para este combate no duda en acompañarse de toda excrecencia reaccionaria, así la apología de aquellas identidades étnicas, hechas de costumbre y superstición, reducidas ya, por esta misma sociedad moderna, a mero folclore.
A. Bugarín
Valladolid, septiembre-2017

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