-APROPIACIÓN-
Es sabido que los
humanos, por no tener una naturaleza programada -lo que no implica que no
seamos animales, cuyo organismo y conducta es la manifestación fenotípica de un
programa genético, sino simplemente que este programa genético posibilita, y
casi fuerza, la constitución de un ser hablante, capaz de manejar un complejo
código de símbolos con los que interacciona con los demás y consigo mismo, es
decir, reflexiona-, necesitamos un proyecto de vida que sustituya, complemente,
u oriente, esa indeterminación natural. De ahí que haya un espacio para el
orden moral. Y que, en un determinado momento histórico, ese orden moral pueda
constituirse, incluso, en fuente de legitimación. Y de ahí, que las luchas y
conflictos de intereses -que no siempre son solamente intereses económicos,
sino, también, aquellos, por ejemplo, en los que se juegan identidades
(sexuales, tribales, personales)-, se trasladen al terreno del espacio moral,
que se trata de ocupar, como, en otras guerras, se ocupaba el territorio (desalojando
al rival o enemigo, que se ve así, impedido para toda defensa de su propio
posicionamiento).
No haber
comprendido, o haber comprendido demasiado tarde, esta estrategia de la guerra
identitaria desarrollada en Cataluña desde hace décadas contra la ciudadanía,
representada por la república coronada española, coloca, ahora, a los
defensores de esa ciudadanía, fuera del campo de batalla, condenados a una
defensa sin armas (o, lo que es peor, con otras armas, aquellas que,
precisamente, no fueron hechas para este tipo de combate).
A. Bugarín
Valladolid,
septiembre-2017
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