miércoles, 20 de enero de 2016

-METARRELATOS-

El sueño de la filosofía fue una vez la narración absoluta, es decir, la escritura hecha a sí misma, que, desde un fundamento autofundante, llámese Dios, llámese necesidad, llámese la Idea que aun no se sabe, que aún no se conoce, fluye como agua encauzada hacia el mar inevitable, llámese de nuevo Dios, llámese la Idea que se ha hecho para sí, que es consciente de sí, que se ha reintegrado en sí bajo la forma de la autoposesión, esto es, la filosofía fue el sueño de Hegel, que, como todo sueño, reescribió el azar para poder entenderlo, para poder incorporarlo, reintegrando las sensaciones bajo el poder de la propia autoidentidad.
Pero, desde entonces -desde la mecánica cuántica, desde la ética de la situación, desde las matemáticas del caos, desde el falsacionismo, esto es, desde Cusa, desde la docta ignorancia, que significa que no conocemos el principio del cuento, que no conocemos el final, que acaso no hay principio ni final, y que, sobre la marcha, vamos elaborando la narración, sin que eso signifique que toda narración sea aceptable, pues toda escritura tiene su propia lógica, su propia ética y su propia estética-, todo conspira contra ese absoluto, contra esa narración acabada.
Y aquel intento, y el fracaso de aquel intento, también significan, aunque no lo parezca, ser ciudadano, por si fuera necesario justificar la inclusión, aquí, en este blog de literatura política, de esta digresión.
A. Bugarín
Valladolid, enero-2016


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